Favor de acariciar a la Rocamadour.

El viejo

Suspiro.
Pestañeo un par de veces y vuelvo a suspirar, ahora con mucha más fuerza, con puro sentimiento... pero despacio, bajito; que nadie lo note, lo oiga, lo perciba siquiera. Hay timbrazos de teléfonos ansiosos temblando en el aire, se respiran; intoxican el poco oxígeno que queda y que se consume en sollozos callados y en angustia.
Mi tía hace un puchero y su cara, que ha permanecido, engordado y adelgazado en su lugar por más de 40 años, se ve graciosa: oscilante e infantil. Yo diría más bien que hace un berrinche de aquellos de hace tantos años...
Río un poco.
Una prima me ve de soslayo, con reprobación.
Siento culpa, así que me concentro en el momento y trato de estar triste, como todos los demás; para no quedarme fuera de la ocasión y para incorporarme a Mi Momento, pero no puedo. Mi corazón se siente tan pesado y una emoción ciega, prácticamente desconocida para toda denominación, me atosiga el alma.
Miro a mi madre y a sus lágrimas fantasmas. Me dedica una sonrisa extraña, un tanto amarga... se levanta y se va, apresurada. Quiere llorar lejos de mí.
Todo se derrumba.
Hasta las luces de las velas que adornan los altares de los santos.
Retumba una ventana de voces sordas, apagadas, estridentes o histéricas... y yo no entiendo, o entiendo a medias. Siento que me ronda la locura.

Entonces veo al viejo, a Nuestro Viejo, al que se desvivía en favores y caramelos. Está increíblemente pálido y demacrado: cuero flácido de cuelga de los cachetes antes rebosantes y su tez morena, pero morena enserio, se ve gris. No se tiene en pie por propia cuenta, así que un tío gordo, gordo le sostiene del brazo, casi al borde de las lágrimas.
Silencio espectral.
El viejo todavía ríe.
Yo quiero reír con él, le levanto una mano en ademán de saludo... lo devuelve.
Siento algo terrible en el pecho, como ganas de llorar ahogadas por el llanto de tantos otros... quiero salir corriendo. Me entra un frío glacial: tiemblo.
El viejo tiembla.
Todos temblamos.

El viejo se quiere despedir, agradece. Hace un par de bromas.
Sostiene con una mano una bolsa colectora llena de un líquino blanquecino-amarillento jaspeado de rojos-sangre; líquidos orinales, viscosos, cancerados y malignos.
Mi famosa prima siente arcadas.
Y ahora sí tengo unas necesidades de llanto incontrolables... pero me contengo. No, no soy fuerte, ni quiero aparentarlo, pero me doy cuenta que la situación amerita análisis y esmero y sobre
todo fé.

El viejo yace en una cama débil, completamente agotado. Se cansa de comer, de dormir... de respirar... Lo conectan a una de esas máquinas del diablo que introduce en su garganta un largo tubo, hinchando y abatiendo sus pulmones. No abre los ojos.
"A lo mejor escucha" nos dicen. "Háblenle, ándenle".
Le tomamos una mano y le decimos que le eche ganas, que queremos ir a comer mucho chicharrón con camote de ése que él compra quién sabe dónde, que queremos que nos lleve a comer helados a escondidas de nuestras mamás... que queremos que viva, que se quede con nosotros...

Me pregunto si nos oye...
Me pregunto si mamá estará bien... si yo estoy bien.
Si esto va a terminarse pronto.

1 comentarios:

●•• √эиuⓩ ••● dijo...

Querida amiga mía, esas situaciones son en realidad los "terrores" y "miedos" que asesinan el alma.

Espero que tu estés muy bien, y pues, que todo salga adelante. En verdad te entiendo y te comprendo, y pues.. ¿que decirte?.. solo.. que si quieres llorar... llora, por aquí tienes un hombro...

Saludos y animo!

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Líneas de Ocasión by María Fernanda Pérez Ramírez is licensed under a Creative Commons Atribución-No comercial-No Derivadas 2.5 México License.