Favor de acariciar a la Rocamadour.

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Lágrimas


¿Para qué estas lágrimas?
¿Para qué esta lluvia,
esta tormenta de sal y de amargura?
¿De qué sirve este festín
de sepultureras fúricas,
reprimidas...
De fieras azules de insomnio; de impotencia?
Me duele el cielo,
me arde el alma...
y el corazón se me sale a borbotones por los ojos;
se me escurre por la garganta...
Brotan;
emanan de mí estas perlas afiladas como cuchillas,
como armas eternamente ocasionales del fracaso,
de la desesperación.

Y sangro,
sangro agua y miel.
Sangro tristeza...

Siento las neuronas
y el espíritu escurriendo, derretidos
por mi tráquea.

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Memoria


Oh, Corazón… Frénate y vuelve de la encrucijada… que el Arte sueña despierto y la Belleza se queda muda en la Arena de la memoria recóndita abnegada.

— ¿Qué si no?- me dijo. Y me sonrió con esos dientes bien grandes y bien suyos. Su risa desenvuelta me caló y me llenó de confianza; de confianza apenas real, apenas constante, pero en ese momento todo el mundo pudo jurar que era Confianza. – Ya verás como ponemos pronto a la fiesta a nuestros pies…

— Por Dios, relájate. – y reí suelta, despreocupada.- es apenas una fiesta. Dime ¿Qué tienes pensado tocar?

Él respondía; sordo, fluido y arrogante. Hablaba de actualidad y de propuestas musicales, de sonidos innovadores, de trompetas, de augurios, de malos comentarios. Respingaba de fama y de fortuna, de éxito… y yo lo miraba soñar: completamente despierto, completamente consciente. Completamente distante.

Me miraba a los ojos y me repetía una y otra vez la teoría, la propuesta, mientras yo sólo guiñaba y me desprendía un momento de su voz y viajaba hasta el confín de su aventura fantástica, de su esperanza.

Nunca tuve esperanza allí, lo admito. Su voz me ensoñaba y me desmaterializaba bajo el sol seco y constante de las mañanas de mayo; pero nada más. Oírle era un viaje hacia una vida que no era la mía, ni la suya: su voz era la esperanza viva, retorciéndose, aullando. Él contaba, se sabía de memoria toda la vida de la Esperanza.

Olvidé un momento la propuesta. Me reacomodé sobre el cofre del auto azul en el que me recostaba y miré un momento el árbol sobre mi cabeza. Era toronjil, era lima, era manzano, yo qué sé… el aire pasaba entre las ramas y mecía las hojas, susurrando. La brisa me azotaba la cara y yo le oía, suave, perspicaz; completamente ajeno a mí y a mis delirios, hablando, hablando…

— Entonces.- irrumpió en mi locura.- ¿Qué te parece mi banda?- y me sonrió cómo si nada más existiera, como si el árbol, el auto, las hojas, la misma brisa no fueran testigos de su fe, de su falta de paciencia hacia mi voto final, hacia mi jugada.

La pregunta me cayó de sopetón y me volvió la cara hacia la vereda: un camino de gravilla polvosa alzada por el airecillo fresco. Más allá, había una puerta entreabierta y se colaba por entre las rendijas y las ventanas en sonido sordo de las guitarras y una batería ofuscada de acordes entablados.

—Eh, dime…

— Creo que son buenos.- dije, y agregué, casi como una disculpa: Aunque sé que no les caí nada bien.

— Naaaaaahh, no es eso. No es nada de eso… ya se acostumbrarán a ti. Jo, esos batos. El bataco es algo mamón y cae medio pesadito pero….- ¡y habló, y habló! y yo miraba sus labios delgados moviéndose eclipsados, poseídos. Y de nuevo oí mencionar “arte”, “belleza”, “fantasía”, “fama”, “éxito” mal, es verdad. En falsos contextos. En malas metáforas. Escuché todo un océano de verbos y de palabras; toda una avalancha de persecuciones atroces de conceptos, formas y defectos… y yo me quedaba muda: completamente indiferente a la brutalidad y la bestialidad con que aquel muchacho (encintado al pecho, orgulloso, arrogante… con guante y plumilla en mano) desperdigaba lo único en lo que yo creía: La Esperanza.

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Líneas de Ocasión by María Fernanda Pérez Ramírez is licensed under a Creative Commons Atribución-No comercial-No Derivadas 2.5 México License.