Favor de acariciar a la Rocamadour.

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México

Ay, mi Pueblo.
Tan ajeno para Dios...
Hundido en el sendero de los siglos,
pestilente a pólvora, o pulque; a democracia

Ay, mi Pueblo:
a la vez
tan lejano para el Diablo.

Tus montes, selvas;
tus cielos cuajados de astros zodiacales,
lloran
tu sepulcro en la Imprenta de los Infelices,
en la tinta carbonizada del Delito, de la sangre,
de las vísceras calientes de tus hijos destrozados
por los perros.

Oh, Paraíso de los Vientos,
Edén de mariposas,
Camastro de golondrinas,
Lienzo para garzas níveas,
que pintadas
por pinceles delicados,
reposan, con sus alas al óleo,
sobre las márgenes de tus ríos...

Ríos que se tiñen con las almas de tus hijos,
que se salan con las lágrimas de las viudas,
con los pies descalzos de huérfanos
que lavan su tristeza sobre las piedras,
sobre las espinas de los nopales.

Ay, mi Pueblo.
Tan ensombrecido... tan dolido.
Tan lleno de nubes cerradas que te obstruyen el paso,
que te tapan el Sol,
que te dejan frío, solo y tenue
bajo la luz cegadora del Mundo.

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Ahora sí: Sin título.

Ahora sí es oficial: se me fueron las letras.
Dejé de leer, pierdo la concentración con facilidad; divago.
Mi maestra de Literatura comete errores o mete la pata y no me molesto en corregir o precisar.
No quiero llegar temprano a ninguna parte.
No compro tiempo aire para mi teléfono celular.
Alimento al hamster con mesura y doy más atención a los peces.
Pienso muchísimo es sushi (mi padre dijo que saldríamos hoy. No cumplió).
Me he levantado tres veces de la silla antes de publicar esto: me estoy quedando vacía.
Hago oraciones enlistadas.
Carezco de nexos lógicos.
Se me mueren las ideas.
Conexiones neuronales trenzadas me hacen creer que recuerdo memorias ajenas y que en mí vivien olores, sensaciones y prejucios que antes no existían: que no son míos.
Tengo sueño crónico.
Tengo pesadillas.

Volveré a los ejercicios básicos de redacción.

Una disculpa a todos, una disculpa incluso al libro que no puedo terminar de leer porque no me pica.

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Latir

Latir del tiempo.
El corazón de la era se detiene
pulsa el aire.
Aves azules deshilan los brotes de la mañana
y bandadas de nubes cristalinas empañan
con sus gotas minúsculas de mar, de vida
el cielo.

A ojos cerrados
disfruto.

Tu recuerdo se lava
a lágrimas, a risas,
a saludos, besos y mordidas de otros.

La culpa se difumina
junto con el arome de tu cuello
y la forma de tu rostro.

El olvido, con sus saliva corrosiva
con su látigo hirviente
deshace el color de tus ojos:
tu iris de terciopelo se deshace,
con la velocidad de la noche,
en minúsculas partículas,
en chorros electrónicos,
en emisiones de luz...
y huye, hacia las estrellas,
donde mi lengua y mis besos no le hallen
donde viva feliz: implosionando.

Cae la oscuridad,
mi voz sonríe.

Ya no recuerdo tu cara.

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¡Y dices que mi fe no es verdadera!
Acércate.
Sé testigo de las ansias que tengo por vivir.

De mi institinto,
siente el olor de la superviviencia cocinándose en mis poros
y mira como estos ojos ojos se ensalzan
con la vista del Océano rojizo y desprendido
de tu derrota.

Perdiste.
Acéptalo: perdiste.
Me amases, o no me amases,
te jugaste el todo por el todo,
me pusiste un arma en las sienes,
una corona de espinas envenandas en el corazón
y me cantaste (qué va, me gritaste) tu himno favorito,
la canción más ardiente y efectiva que te sabes:
"Renuncia, renuncia, renuncia, renuncia!
Deja tu vida, de tus sueños, déjate tú embarrada contra el piso,
limpia la suela de mis zapatos con tu esencia
y déjala en la basura
donde tiene que estar..."

Y yo lloré... lloré mucho.
Lloré tu estupidez, tu rencor, tu mal cariño...
Te abrazé, presionando mi pecho contra el tuyo
para que sintieras
el calor, la tibieza, el poder de mis latidos
y descubrieras
todo el Amor que yo guardaba... el Amor que te tenía.

Pero me tomaste por el cuello,
me acorralaste, jugaste y amenazaste...
Me dijiste "Nena, lo nuestro no se puede,
Ten; trágate estas piedras y dime adiós".

Y yo, con los ojos enlutados y el alma cabisbaja,
primero tomé aire,
luego lancé un suspiro....
Y ahora, de frente, le lo digo, grito, escupo y envío:
"¡No!".

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Nosotros

"La Luna" dicen todos.
"La Luna" decimos nosotros, los enamorados.
"Cuando mires la Luna, ten la certeza de que lo hago yo también, y pienso en ti" Se susurran los amantes por entre el rumor de las horas.

Hoy, miro el disco argentado reluciendo entre las nubes rasgadas, mordidas, esparcidas y llanas, en un terciopelo profundo de azul, recuerdo y pena, y pienso; no, más bien sé que tú no ves lo mismo que yo.
Tú debes estar levantando castillos, combatiendo dragones y demonios, demoliendo ciudades.
Yo sólo me limito a ver la Luna y a pensar en ti.
Eso... no puede ser bueno.

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Me das mucho miedo cuando te disfrazas de ti

Me da mucho miedo
cuando te disfrazas de ti
y te vistes, con tu sombra,
de trabajo, incertidumbre, estrés y angustia.

Entonces te creces, como un árbol alto, frondoso,
imponente y real.
De esos a quienes la brisa susurra entre las ramas
y mece en las tardes del ventarrón,
haciendo aullar a las hojas... y a los perros.

Me haces chiquita, chiquita,
como figurita freudiana,
y el viento helado que se filtra entre tu copa de arce,
de abedul,
me alborota el pelo y las mejillas.
Me enciende los labios, me calibra la sangre...

Y me envuelve la penumbra de tu abrazo,
de tu fronda paterna.
Me presiona contra el suelo, contra la Tierra,
quiero volverme arena, ardilla, ave, nido...
Tu nuevo Yo, tu nueva forma
me sepulta entre las grietas abiertas
que se abren al atardecer.

Huyo de ti.
Tu follaje me persigue.

Ahora eres tú-amate.
Tú-helecho.

Tus esporas, frutos y semillas vuelan,
reptan, germinan y se expanden hacia mí...
y entonces yo me entierro entre una camilla de hojarasca.

Tú-imponente,
tú-disfrazado de ti,
tú-árbol, tú-distancia
te me acercas... extiendes tus lianas, atrapas mis tobillos,
reptas por mi cintura, por mi espalda, por mi cuello,
entras por mi tráquea... me inundas, me infectas, me inmovilizas;
tus brotecillos verdosos comienzan a crecer por entre mis dedos
y unas cuantas flores estallan en mi vientre,
pero me ahogo...

Y se me enciende el alma de incendiaria de repente,
y deseo quemar tu basta mundo, tus bastas ramas, tus bastas sombras
tu basto Tú.

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Volveré

Una se levanta,
se sacude la tierra acumulada,
la arena incrustada en los pliegues ardientes del Destierro
y se prepara, con la misma necedad cósmica,
con la misma persitencia cronométrica, armónica y desatada
de las olas cristalinas (poderosas, afiladas) que deshacen
las espumas marinas
en minúsculos cristales de oro, brisa y sal.

Volver...
una siempre vuelve.
Se yergue de entre los muertos.
Renace de los trozos mordisqueados por las fieras
que los Otros,
presas de arrebatos amorosos, fúricos e infernales
han esparcido por los caminos empolvados de la Cotidianidad.

Y a veces una llora,
llora su dolor y su destino:
la condena de ser el fanstama inmortal que ronda
los pasillos azarosos del recuerdo, o del olvido,
completamente ciego, completamente mudo;
bañado, salpicado, señalado
por el resplandor pálido que le confieren el paso de las horas,
de los días,
de la eternidad.

Entonces, la Tierra se abre
y sus entrañas desnudas se muestran
cálidas, maternales, dolientes
a los ojos destruidos del espectador...
Y la concienca cae en un sopor de ensueño
y se refugia en el vientre del Planeta
a soñar, a crecer, a querer, a esperar
que la semilla de su Fe brote por entre los campos verdes
y amarillos
de los prados silvestres de la Creación.

Sueño, me gesto
en las salas oscuras de la Espera,
en los espacios vacíos de la asuteridad.

Volveré.

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Vida

Vaya la seda de tu abrazo, oh Vida,
cuando dejas tu azote de hielo
varado
en los tiempo remotos de la Vía Láctea,
y alejas tu suplicio invernal de nuestros corazones.

Ojalá detuvieras tu paso,
ojalá deshicieras los escombros de tus sueños derruidos,
por el paso de los años,
de los eneros,
de las terribles generaciones que destruyen,
con palabras ácidas y deseos febriles de venganza,
la suave organza de tus párpados, y de tu Tranquilidad.

Eres como una niña pequeña
que solloza.
Eres un retoño caído
que la gente pisa cuando pasa
al no notarte...

Pero yo sí te veo,
muchos de nosotros.
Y te llevamos prendida en las solapas,
tatuada en los músculos del pecho,
incrustada, con las más bellas filigranas de diamantes,
en relicarios vivientes, palpitantes y eternos
que guardamos bajo las almohadas,
y que cobijamos bajo la piel del rostro.

Vida, no seas altiva.
No pases tu látigo batiente
por sobre nuestras lenguas,o sobre nuestros ojos;
Sobre nuestro Amor.
Protégenos de tu ira,
sálvanos de tu rigor...

Danos la fuerza necesaria para mirarte con firmeza
y apartarte
cuando tus dientes caigan, como lluvia de puñales,
desde tu boca henchida por el fuego de tu llanto,
hasta este Mundo tan frágil, tan ligero,
tan indefenso e indefendible
de tu furia,

Mas no te alejes, Vida.
No te enojes.

Ya no llores, ya no tiembles, ya no sufras:
que estoy contigo igual de sola, de deshabitada.

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Oh, vamos.

¡Oh, vamos! no soy,
no somos (nosotros, los eternos soñadores,
los melancólicos y renuentes por excelencia)
tan monstruosos.

No tenemos dientes en el vientre
ni veneno en las encías,

Y si bien nuestros besos son amargos,
nuestros abrazos cargados de una tristeza ligera, pálida y atroz,
como los dedos de la Muerte,
o los aleteos fúnebres del colibrí,

y nuestras lágrimas frías,
como las manos de cera que tejen las blancas
mañanas de otoño;

Damos Amor (a veces gris, a veces rojo)
a voces, a coces, a cantidades...
Del dolor, materia prima del desastre,
hacemos collares y amuletos de fantasías y deseos
para los más osados...
para los que amamos... para los que sentimos en el fondo del corazón.

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Tentación

¿Por qué me es tan difícil decirte?

Cada día se ha vuelto una cacería de deseos,
una maquinaria estruendosa de bocetos,
de malos pensamientos...

De pensar en ti,

mi pasión inventada,
mi venganza, mi furia, mi ira, mis desvelos desatados,
mi salida absoluta,
mi paleativo sereno y definitivo:
mi trocito de Libertad.

Cuando el Sol brilla
y la mañana despunta sobre tu sien, y la mía,
mis ojos persiguen el sabor de tus pupilas,
mis manos, el destello incoloro de tu piel,
de tus pasos de liebre estremecida,

o me inundo del increíble retumbar de tus palabras... y de tu risa.

Te quiero aquí, por cuenta propia...
para recordarme, para reavivar,
para extraer del rincón de la memoria, el sueño y la fantasía,
el recuerdo de tu Boca,

y de la Tentación.

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Sí Pasó

Querido aventurero,
valeroso narrador: Amigo.
Yo no hago cartas por promesa,
ni mucho menos entrego flores, abrazos y caricias
al por mayor.
Ni siquiera soy,
como muchos, como tantos otros,
consciente del suceso, del Hecho en Sí que viene
a mi memoria
como un sueño tardío
o como una fantasía nebulosa que me empalaga durante todas las mañanas.

Tu beso
fue un reto insuperable a mi desdicha,
al dolor que día a día cubro, resguardo y atesoro en el pecho,
a los trozos de mi amor desquebrajado por el Olvido y las malas experiencias.
Y en el instante en que vi tus labios en los míos,
cerré los ojos...
y noté, en ese instante, que mi alma
ansiosa, ardiente, desgarrada
te correspondía... y lo hubiera hecho durante toda la oscuridad:
Durante toda la vida.

Dentro de ese beso
yo gritaba...
Y hubiera deseado entreabrir más labios,
morder los tuyos,
deshacer tu lengua en ríos de ternura clara, pura,
transparente,
chocar toda yo, toda entera
con tus dientes...
...y perderme,
como se pierde un grano de arena
entre la selva dorada de las playas de agosto.

Toda mi angustia, mi dolor, mi rabia
pareció irse en el instante en que tu hálito,
embriagante, dulce, breve, cálido,
se entregó al mío en un segundo de saliva
y me calmó, me anesteció:
Succionó todo el sufrimiento...
dejándome limpia...
...pero con ganas de ti.

Perdóname, no quería negarlo.
Perdóname: Eso Sí Pasó.
Sí debió suceder...
Quiero que pase de nuevo.
También yo reviento, vomito, giro y caigo en sueños
en los que espero tu presencia
y tus manos temblorosas,
cuando buscan,
como criaturas vivas, friolentas y acalambradas,
en contacto con las mías,
para que las cuide: para que las tranquilice y las haga verse inmóviles... bellas.

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De tu Propiedad

"¿De dónde viene la Luz?" preguntas.
Yo miro al cielo.
Tus ojos me resguardan desde la lejanía
y tus palabras,
tejidas como las plumas de las alondras,
dejan suaves rastros en las nubes
y en las aguas.

"La Luz.. la luz" susurras.
Yo rompo en llanto...
Y me doy cuenta que este Mundo,
tan maternal, tan fugaz, tan tibio,
es apenas un respiro temeroso en la existencia
de un Todo mayor, desconocido, errático...
y que tu voz,
que la mía, arañada de sollozos,
son como lunas azules regadas por sobre el mar de Mito
y de la Vía Láctea.

"Mi Niño, la luz no existe" explico.
"Es apenas un haz de chispas microscópicas,
minúsculas,
imperceptibles, inmortales, inmutablemente eternas,
que destrozan, como cristales ardientes,
el delgado trenzado del espacio
y de la madrugada"

Veo tus ojos brillantes de tristeza,
y tus pestañas de hurón enternecido, destrozadas
por el filo de unas lágrimas calientes...
Lloras,
lloras mis palabras, y mis besos,
y veo como el Odio te sube por los nervios desde el vientre...
hasta el corazón.

Entonces yo te consuelo,
recargo en mi hombro tu mejilla,
te cobijo en mis abrazos
y te canto...
Pero tu dolor es hiriente, y desgarrante...
Traspasa mi armadura solar, mi yelmo espacial,
mi escudo galáctico,
e inunda el espacio vacío entre costilla y costilla
con su sabor amargo... con su calor sublime...
y lentamente me llena,
me perfora,
me desarma
hasta volverme una lágrima viva...

...de tu propiedad.

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Lamia


Mentiras,

ah, ¡Cuántas mentiras!


Qué de cosas no he tenido que oír

de tus labios rotos,

de tu lengua respingona,

plagada de recuerdos tórridos y congelados

que me golpean,

como látigos empapados de agua hirviendo,

entre las cejas...

O sobre el corazón.


Y mi respuesta siempre etérea,

siempre acorde, siempre inmune

a tus rivalidades, a tus derroches de bilis y fatalidad,

a la toxina salobre de tus besos,


se vuelve Rosa,

planta reacia plagada de espinas retorcidas

que se adormecen

bajo el canto de tus lágrimas,

o de tu boca amarga por el Destierro.


Te veo, ahogado de Mundo,

destrozado,

hundido,

repleto de zizaña y hierbas ponzoñosas...

y mi alma se deshace en un hilillo

apenas perceprible

de plata, rocas, de locura.


Y veo tus sueños decapitados

por la calle;

tus notas encendidas, corrientes y reforzadas

convertidas en humo,

en vapor, apenas:

En cenizas descoloridas que vuelan por un cielo oscuro

como tu Corazón...


...o como el resto abundante de almas que te rodean

con emisiones cargadas de alaridos, amanezas, tristeza,

y desamor.

Veneno que yo me apresuro a limpiar,

Zozobra a la que me abalanzo, para no abandonarte:


Dolor que he de sufrir con tal de no prolongar mi existencia más allá de terreno,

y de tus dedos de Mar.

... y de Lamia poderosa.

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Exantemas

Me rebelé,
me desprendí de mí misma:
zozobre en unos ojos
tan negros... tan tuyos,
frenéticos de gozo, reposo
y fé.

Y vi la Fe en ti,
la hermosa Esperanza,
las ganas de vivir encordado a un velero
de Luna,
de luces difuminadas,
de flores ensombrecidas,
de saltos eternos por la senda del Destino
sin dirección alguna,
sin equívoco primero, ni riesgos primaverales,

a penas de la mano del abismo,
a penas con dolor,
sin nada de vergüenza,
andas desnudo por elipses y espirales
desde tus memorias, hasta mi aparición.

Mi aparición, que con la tuya, se neutraliza.
Se vuelve nula.
Ensalza tu aura de mercurio,
de hidrógeno pulido, afilado y cargado de exantemas purpúreos,
velados y fríos, como la Verdad
entre un suspiro de memorias e ilusiones despreciadas...

que te apoyan,
que te sienten...

Que quieren saber todo de ti.

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Calamidad

¿Tristeza?
No, no es tristeza.

La tristeza me abandonó hace mucho,
cuando mis pestañas eran cortas
y mis párpados caídos, como besos de mariposas,
recitaban palomas sobre palmeras...
o visceversa.

Ahora siento rabia,
furia fundida.
Ataduras de hombros,
saetas afiladas en los talones
y en los nudillos... Terror.
Desesperanza.
Palabras muertas en la garganta que empujan,
que despiertan y agudizan
mis sentido de laGloria, del Rencor
de supervivencia...

De romper laringes a lenguetazos
o de correr por la tráquea de algún pobre
habitante
de las Viñas de Nuestro Señor.

O quizá algo mucho más simple:
tan sólo quiero hacer poesía,
versos, rimas, sonetos, décimas, prosas,
cuentos, meditaciones, medicaciones;
simples automatismos,
rabietas, racimos,
perlas incurustadas de rocío nocturno,
o de Realeza matinal...

Reponer las piezas que me faltan,
encontrar las cuentas que ha perdido
mi lazo vital de rosas
y calamidad.

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Ambivalencia

Irme.
Sólo me quiero ir.
No, no cualquier parte.

Irme
al lugar que deseo,
al lugar que creé para mí,
donde no existe el tiempo, el espacio, el amor, el dolor,
ni si quiera la vida...

Y la muerte es una broma negra
que nos ronda...
no con gusanos, ni jugos, ni pestilencias desabridas,
sino con sombrilla,
con guantes,
con una sonrisa abierta y desprotegida que nos da la bienvenida
al Olimpo, al Recuerdo,
a la Eternidad.

Donde ya no existe la materia, como tal,
el amor, como tal,
el mundo como tal...
la simpleza, como tal...

Y donde pueda estar segura cuando miento
por supervivencia,
por dolor,
por placer...

Y donde pueda ver mi escenario de lejos,
completamente de lejos.

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Vocación de Sufrimiento

--Vocación de sufrimiento- le dije- no hay otra explicación.
Me disculpé enseguida y recogí mis cosas mal acomodadas con plena intención de continuar mi camino. La mañana estaba fría, las nubes se agarrotaban, volátiles y finas, sobre un cielo matutino recién desplegado sobre débiles estrellas de la noche anterior. Eran las siete de la mañana y me sentía a medio despertar... como que todavía sonámbula, o mínimamente semi dormida: soñando o alucinando con una mañana normal, frío normal, uniforme normal, charla normal... pero sentimientos extrañamente irregulares.
"Vaya comienzo" me dije "llegando y ya con confusiones y derivas sentimentales". Dos días atrás apenas recordaba mi existencia vegetando tras una cortina de ensueño y ensimismamiento, completamente ajena a los problemas diarios y conflictos habituales de mi vida de preparatoria.
Caminé por la explanada, sola.
Estoy acostumbrada a estar sola, pero en ese momento me asfixiaba mi repentina individualidad acentuada por toda esa juventud rutilante a mis alredores que se agrupaba, mimetizaba y asociaba en un constante ir y venir de risas, disparates y bromas.
Uno de primero levantó la mano en ademán de saludo y profirió un "Hola, amiga" que casi me hace temblar de la sorpresa. Yo sólo formé una V con los dedos índice y cordial de la mano derecha, el símbolo de paz, y respondí con una simple sonrisa de desconcierto, más que de amabilidad: "Hola".
Crucé de largo.
Creo que él y su grupito sólo me siguieron con la vista al pasar.
¿Que a quién buscaba?
A nadie...
Me buscaba a mí misma entre todo ese gentío.
Entonces, Perla, con quien hacía minutos había estado charlando sobre lo que iba a hacer de mis sentimientos, me alcanzó y dio conmigo unos cuantos pasos.
--Yo creo que deberías decírselo...
-- Decírselo es lo de menos... Lo de más, es que temo no ser correspondida.
-- El que no arriesga no gana...
-- ¡Yo... - exclamé furiosa, con las manos en puño- no tengo nada que ganar! ¡Nada para ofrecerle! Y puedo perderlo todo... todo en cambio.
Lagrimeé, como siempre.
Me miró con cara de "no llores".
-- Ya te lo dije- continué- es vocación de sufrimiento.

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Qué se Hace

Qué se hace,
díganme,
cuando los astros callan
y permanecen mudas las flores
en sus capullos sonrientes,
cristalizadas,
por acción de un tiempo hostil,
húmedo y enfurecido,
que las vuelve hielo eterno
y filoso de ansiedad.

El cielo huele a tormenta.
Bajan unas gotas plateadas desde unas nubes polvorientas,
chocando,
contra mis astros, mi suelo y mis flores...
Y yo digo: "¡Vaya, día!
Todo lánguido reposa y tiembla
como un pájaro herido
en un nido de hinojos y resinas"
Me paso los dedos por el pelo y escapo,
a través del recuerdo, el amor o la fantasía,
hacia lugares lejanos.
Y al mismo tiempo que mis dudas crujen y remilgan por las veredas del olvido,
lágrimas crecen y se congestionan mi pecho
hasta que se desvordan en un mar de témpanos fundidos
de coraje, impotencia y malestar.

Quiero escribir,
deseo recordar todos esos cuentos que me platico a mí misma
cuando duermo,
y que se van perdiendo en la penumbra cálida del sueño
hasta difuminarse, como una línea borrada por el viento,
en mi corazón, en mi alma y en mis poemas.

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La Ovejita Rosa




Hela allí, como punto brillante en una planicie terrosa y abandonada; envuelta en una nube negra de polvo y arenilla oscura erosionada de las rocas.


Se sienta.


Dispone el traserito cubierto de pelusa rosada sobre el suelo y suda, a grandes gotas de oveja, por el calor.


Gime.


Mira a ambos lados.


—Ay, estoy perdida.- lloriquea y grandes lágrimas ovinas resbalan por su cara.


Bala, bala mucho.


Bala, bala, bala y bala sin levantar su cuerpecito del suelo mientras su suave lana de color albaricoque es abatida por un viento gélido cargado de humores grasientos y de olores infernales.


La pobre ovejita rosa siente miedo, y todos saben que el olor del temor, o de la rabia, es sebo infalible para lobos, osos y mangostas.


Aullidos feroces labran surcos en el ocaso. Leves estrellas tiritan y una luna apenas engendrada asoma, por entre los débiles despojos de una luz diurna moribunda y roja, con suma pereza e indiferencia a la criaturita del señor que llora, con sentimiento y ternura, su desgracia.


— ¡Amo!, ¡Amo!, ¡Amo!- llora- Amo, no me deje. Le juro que seré blanca como las otras. Ya no quiero ser rosada, quiero ser blanca: pura, nívea, inmaculada, símbolo de la ausencia de pecado, de la paz, de la buena comida, del descanso y el ensueño. Puede meterme en lejía, no diré una sola palabra. Aunque me hierva le juro que no habrá balido alguno… pero no me deje. No me deje… no me deje.


—Pero si no te voy a dejar.- responde una voz que brilla, amarfilada, a fuerza de puros colmillos, y que proyecta sobre nuestra ovejita una sombra tétrica de orejas puntiagudas y cola largamente flecuda y entierrada.


Temblor ovino.


Vaho de maldad.


Oraciones al Creador acompañadas de lágrimas de pena, odio, terror y desventura.


Sonrisa de hambre permanentemente aliñada.


— Vamos, dime algo, pequeña.- prosigue el Lobo, rodeando a una oveja rosa que cierra, con fervor, los ojos, y se encoge en sí misma, de puro miedo, aparentando ser más diminuta todavía de lo que ya es.


—No… no le hablaba a usted, Señor.- espeta, temblando y llorando.- No se meta en lo que no le importa o… o… ¡O me lo Como!


Risa de maldad.


Mini gemidos y llanto acallado.


— No seas tonta, Oveja… ¡Hoy la cena eres tú!- y el lobo corre lanzando dentelladas hostiles sobre aquella sombre pequeñita. Salta sobre su presa abriendo y abriendo las fauces para devorarla de un solo bocado...


Cuando, de pronto, a medio vuelo lupínico… la ovejita rosa, llena de llanto y de tristeza, abrió aún más grande su hociquito suave como el algodón, y engulló, en apenas un instante, la totalidad de un lobo tan grande como la noche.


Lloró más quedito su abandono.
… y su soledad.

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Exhausta

Yo
podría destruir un universo entero en un arranque...
si ya soy experta en provocar temblores, relámpagos
e histerias
dentro del lugar en que me halle,
puedo acabar con todo, o con Nada.

Incluso conmigo misma:
morir para vivir.

Es tanta la ira,
el rencor,
el odio,
el miedo aclimatados bajo el ala
de mi sombrero siempre blanco,
níveo,
almidonado de esperanzas y perfumes de estrellas
y poemas

Que comienza a ser cansado,
a ser pesada la carga de la existencia misma,
de las lágrimas,
de la promesa de "No llorarás",
del mismo aire,
del mismo mundo,
del mismo amor...

Y de todo este dolor entumecido,
de todas esas moscas, vísceras y horrores que guardo en la inconsciencia
y que vuelven a mí
gritando
en los sueños.

Estoy cansada, muy cansada...
Exhausta.

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Es duro el sendero de la realidad

Es duro el sendero de la Realidad
y de las verdades constantes;
tan plagado de desamores, cardos y espinillas de olvido
y desazón.
Duro,
muy duro y doloroso.
Quizá triste, desperdiciado...
como los botones de mayo que mueren, sin abrir
en el invierno.
Y tan intensamente solitario
que la angustia misma se le clava a uno por los poros
y le obliga a suspirar,
a subsistir a base de ilusiones, sueños y luces esparcidas
por el universo oscuro del Destierro.

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El viejo

Suspiro.
Pestañeo un par de veces y vuelvo a suspirar, ahora con mucha más fuerza, con puro sentimiento... pero despacio, bajito; que nadie lo note, lo oiga, lo perciba siquiera. Hay timbrazos de teléfonos ansiosos temblando en el aire, se respiran; intoxican el poco oxígeno que queda y que se consume en sollozos callados y en angustia.
Mi tía hace un puchero y su cara, que ha permanecido, engordado y adelgazado en su lugar por más de 40 años, se ve graciosa: oscilante e infantil. Yo diría más bien que hace un berrinche de aquellos de hace tantos años...
Río un poco.
Una prima me ve de soslayo, con reprobación.
Siento culpa, así que me concentro en el momento y trato de estar triste, como todos los demás; para no quedarme fuera de la ocasión y para incorporarme a Mi Momento, pero no puedo. Mi corazón se siente tan pesado y una emoción ciega, prácticamente desconocida para toda denominación, me atosiga el alma.
Miro a mi madre y a sus lágrimas fantasmas. Me dedica una sonrisa extraña, un tanto amarga... se levanta y se va, apresurada. Quiere llorar lejos de mí.
Todo se derrumba.
Hasta las luces de las velas que adornan los altares de los santos.
Retumba una ventana de voces sordas, apagadas, estridentes o histéricas... y yo no entiendo, o entiendo a medias. Siento que me ronda la locura.

Entonces veo al viejo, a Nuestro Viejo, al que se desvivía en favores y caramelos. Está increíblemente pálido y demacrado: cuero flácido de cuelga de los cachetes antes rebosantes y su tez morena, pero morena enserio, se ve gris. No se tiene en pie por propia cuenta, así que un tío gordo, gordo le sostiene del brazo, casi al borde de las lágrimas.
Silencio espectral.
El viejo todavía ríe.
Yo quiero reír con él, le levanto una mano en ademán de saludo... lo devuelve.
Siento algo terrible en el pecho, como ganas de llorar ahogadas por el llanto de tantos otros... quiero salir corriendo. Me entra un frío glacial: tiemblo.
El viejo tiembla.
Todos temblamos.

El viejo se quiere despedir, agradece. Hace un par de bromas.
Sostiene con una mano una bolsa colectora llena de un líquino blanquecino-amarillento jaspeado de rojos-sangre; líquidos orinales, viscosos, cancerados y malignos.
Mi famosa prima siente arcadas.
Y ahora sí tengo unas necesidades de llanto incontrolables... pero me contengo. No, no soy fuerte, ni quiero aparentarlo, pero me doy cuenta que la situación amerita análisis y esmero y sobre
todo fé.

El viejo yace en una cama débil, completamente agotado. Se cansa de comer, de dormir... de respirar... Lo conectan a una de esas máquinas del diablo que introduce en su garganta un largo tubo, hinchando y abatiendo sus pulmones. No abre los ojos.
"A lo mejor escucha" nos dicen. "Háblenle, ándenle".
Le tomamos una mano y le decimos que le eche ganas, que queremos ir a comer mucho chicharrón con camote de ése que él compra quién sabe dónde, que queremos que nos lleve a comer helados a escondidas de nuestras mamás... que queremos que viva, que se quede con nosotros...

Me pregunto si nos oye...
Me pregunto si mamá estará bien... si yo estoy bien.
Si esto va a terminarse pronto.

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Terror



Penumbra horizontal.

Leve mareo.

Conciencia fulminante del misterio de la humanidad:

La muerte.


Me siento, como puedo,

al borde de un abismo inexplorado de sensaciones y pensamientos comunes,

y echo una ojeada a mi Destino, al Tuyo,

al de todos nosotros.

Y recaigo en cuenta de que no te tengo miedo,

ni tengo miedo del futuro, o del pasado,

que apenas me importa el presente;

que vivo --vivimos-- es una estancia de Primavera perene,

casi imaginaria,

donde eso que marcan los relojes, no existe...

Y donde los cuentos y mentiritas surrealistas y descanchadas

son frazadas lanudas para nuestras pieles frías.

Aquél que sostenga que tememos a la Realidad, miente.

Sólo nos tememos a nosotros mismos,

quizá respetemos y conozcamos, de lejos, a la muerte.

Pero sabemos que no hay nada más tétrico ni peligroso

que las pesadillas

que las ilusiones:

Que el mismísimo Terror.

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La persona más frustrada del mundo


Había una vez, en una ciudad para nada importante y de ninguna manera significativa, una persona que era la más frustrada del mundo.

Todos los días se despertaba en sus inmaculadas sábanas grises, sacudía la cama gris, recogía la basura grisácea de las grises baldosas de la sala y ni notaba el insistente gris-polvo de las repisas del librero inundado de libros incoloros.

Su baño gris; que bajo un cristalino espejo gris-plata escondía, tras el reflejo de su tez herida de palidez mortal, toneladas de píldoras más grises todavía para sus inagotables achaques, hallábase estéril, sanitizado e increíblemente brillante de puro ocio, nada más: por mero aburrimiento.

La persona más frustrada del mundo sufría, a menudo varias veces por día, múltiples ataques de gastritis, colitis, bronquitis y más inflamaciones de sistemas corporales vitales y a la vez desconocidos, lo que la sumía en una terrible tristeza y frustración: su perro le mordía, peleaba con su pareja, sus vecinos le gritaban improperios a través de las grises ventanas y nada, salvo la esperanza de su gris muerte, le consolaba en esos momentos.

Soliloquio gris.

Miedo y terror ahumados en el humo de los cigarrillos que, grises, elevan por el aire sus cenizas.

Nada.

Un hilillo carmesí recorre, la estancia inmaculada, manchando la alfombra impecable de gris-cielo-abarrotado-de-negras-nubes-de-desesperanza.
La persona más frustrada del mundo ha hallado la única manera de liberar su ira y aburrimiento tiñendo, con color sangre-mira-que-no-te-creía-real la estancia de sus pesadillas.

Muere en borbotes ahogados, con muchas de sus grises píldoras abarrotadas por el suelo.

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Así me siento Yo

Cazadora de Porqués,
definidora de astros,
malbaratera barata,
histriónica por excelencias múltiples y embutidas,
malabarista de amor,
pertiguera de maracas tardías,
resaca de mar-arena,
brisa hirviente de alelí y pastos frescos,
gota de irreverencia fermentada,
miembro desmembrado,
producto recóndito de amputaciones y amperajes,
marejada de rayón,
visagra enegrecida,
rescoldo de agua candente evaporándose por las nubes grises de la tarde,
lluvia de escaparates...
Vacío.
Goma de Borrar.
Desigualdad Continua.
Mentada de Madre.
Así me siento Yo.

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Singular



Eso que tú dices,
que tú haces,
me vale, más bien dicho:
Nada.

Y mírese que la Nada no es bien meramente despreciable;
más bien agrio,
Moteado de alebrijes arabescos
y un tanto torpes...
Pero conservable y duradera:
Leal.
Fiel.
Acompañante de Confianza.
Perrito seguidor de finos motes.
de báculos sonrientes y apoderados
de reinos delinquidos, robados.
Relámpagos cítricos,
metonimias inalcanzables: dolor.

Yo no quiero Nada.
Así que lo que haces, das y defiendes sin miramientos,
no me gusta.

La Nada es una compañera muy asidua
y yo no quiero abusar de su gentileza, ni de mi Soledad.

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Regresa


Devuélveme

lo mío.

Lo que me quitaste.

Lo que sin aplomo, sin miramientos, sin ternuras,

me arrebataste

de las manos malcerradas.



Quiero

lo mío,

de Vuelta.

Otra Vez.

En un momento.

Que se vuelva, en segundos,

hasta mis pasos cansados

y mis voces calizas.



Regrésame

lo que Me pertenece,

lo que yo misma cree, tejí, bordé,

enarbolé, cultivé, maquillé y nombré...

y que tú escondiste en los cajones

de aquel armario atisbado de cerrojos y encantamientos.



Tú, Catador de Búsquedas,

Ladrón de Destellos,

Señor de la Sal y de las Aves Caídas

de los mares...



Devuélvete.

Vuélvete.

Regresa.


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Me voy

Me voy...
Me voy yo: sin el mundo.
Si al mundo no lo jalas,
se queda.
Rodando,
gimiento,
manoteando, desbordando y terminando
se muere.
Y quiero vivir.

Quizá arrastrando al mundo,
porque si yo no lo muevo:
se queda.

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Con o Sin "migo"


Hora crepuscular:

muerte rojiza del Sol, cual astro.

Caída de la noche, sutil, ligera,

grácil, como mariposa noctámbula

que se posa en las nubes,

oscureciéndolas.


Calor de atardecer dormido,

metralla de cielo fundiéndose,

tras los cristales,

danza del polvo,

soliloquios enternecidos entre los libros.

Alucinaciones perdidas,

solitarias y desterradas habitan los tomos y las enciclopedias.


Torrentes orales vienen,

palabras van: viven, mueren, existen, son...

luego ya no son más.

Las pesadillas coexisten,

respiran...


Yo tengo mucho miedo...

Retuerzo las rodillas,

enredo los dedos de mis manos,

titubeo, albergo, lloro, quejo, siento...

pero no me es válido mentir;

así que tomo aire: vierto Vida

y me descubro...


Entonces el mundo funciona como espejo,

y yo me veo,

otra vez,

Humana.

Con lunares, manchas y marcas de nacimiento,

y me percato

(oh, Sisma Oscuro, Tabernáculo de la Discusión, Templo del Sufrimiento)

que no seré la misma nunca más,

que me está vetado,

que,

en realidad,

no quise, no quiero...

no voy a querer serlo.


Y que las aves, las ranas,

y las estrellas, las runas, las muecas, las ovejas y los mostruos quiméricos engendrados en terrores medievales,

van a seguir cantando para mí.

Seguirán cantando:

Con o Sin "migo".


Con Cordero,

y sin Cordura.

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Despedidas


¡Ah, las despedidas!
El día, cual mata de luz gelatinosa y gris, cuajaba de gotas los cristales nublados por nubes oscuras, por robustas danzarinas que lejanas, hacían silbar al viento la canción de la tormenta, justo en el preciso momento en la vida los forzaba a separarse.


Ella asía una maleta cascaruda y descompuesta: mal cerrada, que dejaba escapar ciertos jirones de prendas increíblemente sencillas y desconocidas, con la diestra. Mientras que la zurda empujaba, neciamente, unos pesados armazones de pasta oscura sobre sus más oscuros ojos, oscuras cejas, tupidas pestañas y viscosas lágrimas de goma triste y chamuscada. Su piel se erizaba de frío bajo la camisa de cuadros marrones, ciertamente ligera, ciertamente desgarbada y más ciertamente poco propia para la ocasión. Los jeans, con sendos agujeros descocidos en las rodillas delgadas y gráciles, tapaban, en su caída, unos gastados tenis de tela con diversas manchas misteriosas; poderosas testigos de múltiples anécdotas y recuerdos, muchos de ellos reprochables y amargos, como el café.


Lloraba, ciertamente lloraba. Derramaba gota tras gota su tristeza encarcelada tras los limpios cristalinos. Sollozaba, silenciosamente, con los labios entreabiertos, ligeramente resecos, sobre unos dientes medianos firmemente apretados. La cabeza erguida, el cuello firme, un poco hosco: parecía atorado. El puño que sujetaba el asa de la maleta duramente cerrado con decisión.


Atrás se quedaba la vida, el amor: Todo.


Se quedaba Él, su Madre, su inexperiencia. Su confianza, sus certezas, sus años vividos. Se marchaba, se alejaba para siempre del sabor cálido, un poco salado, de los chocolates de la abuela… y del sabor condimentado y vigoroso de los besos, de los abrazos y de los tequieros contenidos.


Y Él la fue a ver marchar. Sin decir nada. Sin abrir la boca, de labios delgados y trémulos.

En su silencio, le dio un beso final; un beso cargado de reproche, dolor y amargura, de hiel congelada y humedecida por el clima y por la angustia... Le abrazó…


Y ella sólo pudo romper en llanto por la avenida, sin decir siquiera Adiós.
Sin alzar la mano para insinuar un hasta luego.
El último beso le sabía, a ella, a reto. A insulto de universidad… a tentación… Pero la maleta estaba hecha y las despedidas dichas.


Sólo alcanzó a decir Te Amo antes de volverse y andar...

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Llovizna


Seguirte a todas partes,

procurarte de las sombras,

del incomparable olvido de las palabras y las alondras matutinas,

del ruido de la arena

o del silbido agudo del viento por las tardes;

me resulta una tarea agotadora,

irrealizable,

un poco necia, un poco estruendosa y suicida,

medio lenta,

medio tonta,

mitad divina y terrenal.


Y es que creer en tus palabras es un deporte peligroso!

Es pasear por el risco de la icertidumbre y del amor...


Pero hoy

que te he seguido hasta este parque

donde las nubes se alborozan, grises e hinchadas por la brisa y el clima huracanado,

agitando las hojas de los amates y jacarandas florecidas,

vuelvo a saltar,

vuelvo a creer; más por necesidad que por destino,

en esos ojos miel,

en esos labios.

En esta lluvia.

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Yo te quiero




Ven, enciérrame entre tus dedos,

entre tus sueños recurrentes, entre tus destellos acuamarinos,

entre las claras y las yemas de tu voz rechoncha, como las manzanas

y rojiza, como tus mejillas cuando digo que Te Quiero,

que Te Adoro,

que te vengas a vivir conmigo...


Y que olvides tu dolor y tu pena

debajo de las almohadas que todas las noches te vieron llorar,

gemir y manotear por culpa de la Duda,

del Odio

y de los resentimientos.

Que te vieron destrozar tu plumaje níveo de paloma,

de gorrioncillo recién volado,

al estrellarte contra ese Muro, contra ese Calabozo.


Vamos, mi niña,

déjalo estar allí.

No tiene caso que intentes reponerle,

no tiene sentido que sigas alimentándole las garras con tu sangre,

tus lágrimas

y tus deseos...

Que sigas abofeteándole con tus reproches,

cuando yo sé,

cuando tú sabes QUE NO VA A COMPRENDER.


No seas necia, pequeña.

No te enterques en conseguir de esa roca vacía,

ni siquiera Agua!

Mucho menos Amor!


Porque Amor vive dentro de uno mismo,

porque los deseos, esperanzas e ilusiones nos pertenecen a ti y a mí,

a ningún otro,

a nadie.

Tú sabes que esas nunca nos abandonan,

como tampoco Dios,

o tampoco el arte...

O los miles de pequeños nubarrones que te insisten, cuando usas flores en los cabellos

y perfumas tus labios con esencias afrutadas de promesas, de idílicos encuentros.


Yo te quiero, Nena.

Yo te quiero.

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Lejos

Eduardo Vega. "Lejos"



Ah... el sabor a Traición.

El indiscutible aroma a odio y resentimientos

pulidos bajo el peso de cristales de amargura, celos y revancha;

recocidos bajo el sol de un medio día sangriento y acongojado,

se me avalancha en las arterias, en la lengua.



El zarpazo, el golpe certero de la Revelación de "Tus Misterios"

me llegó,

como una gota gélida de cordura y despertares,

desde tu universo de urracas furiosas y fieras encabritadas;

desde de tu mundo de vinos, maracas y aventuras:

de tus fronteras de incredulidad y de hedonismo.



Se escucrrió,

despacio,

por mis caderas;

con el ritmo insoportablemente cruel

de las caricias tuyas,

e invadió mis reinos suturados de arte y poesía angelical,

derrumbando mis murallas de coraje y valentía.



Me tatuó la Soledad, de vuelta.

La decepción, el odio y la poca tolerancia a tus errores

me constriñó el alma en un puño de reproches:

Éste el Mayor, el más Cruento de todos:



Mentiroso... Maldito mentiroso.

Estafador de amor, de confianza y de ternura.

Judas de la Verdad.

Cobarde por Excelencia.

Ahora... después de tanto tiempo,

me doy cuenta "con quién" debiste haber estado;

Así me odiarían los dos, sin premura y con absoluta libertad,

bajo el total amparo de la Justicia,

sin ninguna necesidad de empujarme al borde de un barranco

para verme arder,

entre mis propias úlceras y llamas,

hasta consumirme.



Incéndiense ustedes,

muéranse, si quieren....



Pero bien, bien LEJOS de mí.

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A ciencia cierta



Como estás,

como estoy...

Así: a más de un millón de metros de distacia,

a unidades astronómicas incontables,

a infinidad de años luz:

estamos mejor, mucho mejor

A Ciencia Cierta.


Y aunque (confieso) intento equiparar mi dolor

con el que tú acunas,

curarme las heridas con las lágrimas tuyas que no obtengo,

y sentirme buena,

plena,

a costa de este abismo que se abre entre tu alma y la mía:

Sufro.


Sufro este vacío, esta soledad, esta agonía

que se pierde, en las aguas oscuras de las horas;

que se difumina, se diluye,

se incorpora, mimetiza y desaparece,

mecida por las olas de la desesperanza y del rencor.


Es verdad.

Nadie me dijo que fuera a ser fácil...

Así que cada día es un acopio inhumano de fuerzas, de valor, de necedad

para no gritar tu nombre al eco distante del futuro,

y para no escribir palabras sosas que nadie entiende,

que sólo tú conoces,

y que ya estoy harta de repetir.


A demás. no vale la pena.

Estamos separados.

El uno alejándose, sin rumbo, del otro.

Endureciendo los nervios del tronco y del cuello

para no mirar atrás...

Fijando los ojos en horizontes cercanos,

en metas objetivas,

y saltando del enorme risco que es el Desamor.

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Dejar de Ser.

Ojalá se pudiera Desnacer,
des-existir.
Dejar de ser lo que se Es,
dejar de vivir lo que se vive,
dejar de romper lo que se rompe.

Dejar de escribir, me emerger;
de llorar porque no se expresa nada,
de morir porque la vida se vive,
y lo que uno siente,
lo que uno titila, combina y desorbita en el aliento,
es apenas Muerte, Desamparo:
de lamento viejo y conocido...

De la misma anciana, sorda, muda y acallada Desesperación.

Dejar de ver,
de amar,
de creer y de sentir,
como se siente.

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Palabras



La madrugada desciende sobre mí,


como una manta,


como un encantamiento de rocío, estrellas y carámbanos oscuros.





Hace frío.


Me retuerzo entre las sábanas.


Oigo el sonido de una tripa.





Siento una que otra mirada afelpada de ositos y de vaquitas


y me levanto;


soñolienta, desesperada, insomne,


a escribir...





A escribir tonterías, es verdad,


palabras huecas y brutas que no hallan nada que decir,


que no encuentran romances que hechizar,


ni recuerdos lóbregos que llorar o enaltecer.


Palabras que sólo tienen frío,


hambre,


sueño,


cansancio...


Y un poco de aire viciado entre los dientes;


quizá una que otra pulga...





Palabras que tienen muchas ganas de salir, correr, brotar


a chorros, a disparos...


a llenar el mundo con sus muecas de ocio y de contento,


a gritar,


a volcar sobre la gente su aliento especiado y picante,


salpicado de lirios marchitos


y de algún nardo azucarado,


afilado por accidente...





.. y de volver,


cansadas y vencidas,


a mi boca, a mi cama, a mis poemas.

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Otra Vez



¿y qué más da?
A veces, así es la vida:

A mí me enseñó a escribir,
a bien llorar...

A ti,
entre toda esa torre babeliana de barajas incompletas,
te dio el don de la réplica
y del querer a ojos abiertos.

No podemos hacer mucho:
Nuestra atmósfera colapsa,
ambos universos (tuyo y mío)
se neutralizan;
se aniquilan,
se devoran mutuamente como si de fieras se tratara,
como si fuésemos enemigos sin sueldo,
por ganas,
por puro ocio y entretén.

Y aún así,
mis dedos se alargan y adelgazan para tocarte,
mis párpados se entrecierran,
mis haberes y tristezas eclipsan tras una feria de colores
y extravaganzas
para hacerme merecedora de un sólo beso;
de un roce de tus manos,
de una gota del veneno ambarino
que acaricia la comisura de tus labios finos,
como cuerdas de guitarra.

La horas, las lágrimas y los gritos
valen NADA,
y todo vuelve a girar como un trompo de madera,
como un tocadiscos,
como una rueda de carnaval,
otra vez.

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¿Y tú qué harías?



Y si yo muriera en este instante
¿Tú qué harías?

¿Si de un momento a otro
Mi cuerpo
Quedara encerrado en el recinto de los gusanos,
De la tierra
Y del Sueño eterno…

Si mis ojos,
Cuencas blanquecinas,
Se cerraran de pronto para volverse en sí mismos;
Hacia el aliento inmortal del recuerdo
Hacia el retorno de ilusiones
Cruzadas, ardientes:
incrustadas en rubís afilados a fuerza de lágrimas incontenibles…

Si mis labios se torcieran,
Se curvaran,
Se apretaran (para siempre)
En un mutis afligido de dolor, de angustia,
De cadáver nauseabundo infestado de moscas y larvas burbujeantes,
Y se ulceraran,
Se inocularan de besos: esos besos que no se dieron,
Que se apagaron,
Como ascuas vertidas en el curso del arroyo matutino…

Si mi voz
Se despidiera
En un cántico suave: bajito, bajito,
Como el sonido de los sueños que duermen los gorriones
Recogidos en la calidez de sus nidos frágiles y pasajeros…
Qué harías?

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Bella



Es verdad.
Cuando estoy contigo,
me siento Otra...
Desaparezco tras un manto de vergüenza
que me cubre las venas y las intenciones.

Me olvido de Mí,
de Todo,
de las estrellas, los números y las cartas sin destinatario.
Cuando estás cerca,
cuando siquiera tu nombre, tu voz o tu mera sugerencia
rondan los pasillos de mi cárcel incorpórea,
una ilusión convulsa se apodera de mi universo
y me veo suspendida,
por el aroma de tu ropa y de tu aliento,
sobre un mar turbio de oleaje violento
y devastador.

Las piernas se me entumen,
los ojos se me paralizan.
Salen palabras huecas de mi boca y mis oídos,
abiertos a fuerza de empellones por los libros y lecciones escolares,
se cierran en un azote seco y terminal.

Me siento a oscuras,
perdida,
flotando sin dirección alguna sobre pinchos envenedados,
arrastrada por un huracán de perfume, besos promesas...
Me siento inexplicablemente Real, Simple, Común:
Segura.
Como extraída de mi Mundo maravilloso de mentiras
y misterios.

Pero los sueños opiáceos,
son también mil pesadillas...
Y tu voz se vuelve espada,
tus manos; dagas,
y tus besos insaciables
se trastocan en tijeras oxidadas que me cortan los cabellos,
los dedos y las pestañas.
Y me siento nadando en una charca de sangre,
con los ojos perdidos,
y la memoria del lindo Nardo que eras
empañada por el aliento de una bestia furiosa e implacable...

Pero cuando escribo,
vuelvo en mis cabales
y torno a verte como un ser huamano común,
como una criatura inofensiva y lejana...
y vuelvo a sentirme un trazo incompleto y ficticio,
regreso al otro lado del espejo,
al otro lado del Mundo,
al otro lado de Mí...
bien, bien lejos de todas tus pretenciones.
Y me siento Sola, sí...
pero me siento Yo Misma;
desnuda, sin velos ni coberturas redundantes:
Bella.

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Ausencia



¿Pues qué me hace falta?
Al parecer, la chispa final;
el arrebato perfecto, idóneo e idealizado,
del adiós absulto;
del final del largo túnel psicodélico y mordisqueado
de la despedida eterna,
de la fuente de llanto inagotable
atestado de tristezas, reproches y pesadillas.

Me hacel falta el Ego,
la desvergüenza y la crueldad
para arrancarte las alitas de mosca
en un sólo tajo
y dejarte,
revololoteando en el hálito ponzoñoso
de tus disculpas a medias,
de tus mentiras a medias,
de tus amores a medias,
de tus abrazos a medias...
y despedirme, adentrándome en la oscuridad
del buche de una bestia,
y perderme para siempre en sus entrañas,
deshaciéndome, desintegrándome:

Pero lejos de ti y de tu odio.

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Siempre...




Siento un dolor puro,
tranquilo.

Un dolor impecable,
sin areniscas desveladas,
ni gránulos de rencor o de odio...

Y siento,
al mismo tiempo y casi entrefiltrada,
una chispa de felicidad,
detrás del reflejo de sus ojos
que llevo tatuado en la memoria,
o del brillo de su piel bajo el rayo solar del medio día,
corriendo por el césped (casi seco),
lejos de mí,
lejos...
Alejándose.

Partiendo en busca de sí mismo.
Jugándose el todo y la nada...

Y yo: Antares,
gigante, voluble y roja;
siempre yo, siempre amando, siempre le voy a querer.

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Es sólo que te extraño demasiado


—…Nada- Dice. Y reprimiendo con fuerza la explosión de un sollozo en la garganta, añade:- Es sólo que te Extraño demasiado.
Click.
Su voz en el auricular se deshace lentamente, escurriendo, como una gota de lluvia, por los últimos segundos de la conversación.
Ella permanece inmóvil, con el ceño fruncido y los ojos acuosos, surcados por pequeños hilillos de dolor y desesperanza, fijos en una Nada especial, subalterna e inexplicable.
Sentada, apoyada sobre la cabecera de la cama, con las rodillas pegadas al pecho y el auricular rozando, apenas, sus labios en un beso mudo y extenuante; libera una lagrimita salada por en medio de sus párpados cerrados con delicadeza, con amargura, con trémula inseguridad y vergüenza.
Suspira.
La cálida penumbra se cierne sobre ella, rodeando su cintura y acariciando sus cabellos oscuros, bajo el influjo de un hechizo lunar local y accidentado. A ojos cerrados, siente un hálito cargado de pena, añoranza, ansiedad y de deseos reprimidos en una carga de lamentos, cerca de su cuello; resbalando por su nuca hasta sus hombros; recorriendo la hendidura de su espalda… y siente, por debajo de las sábanas, las manos frías de la soledad, aferradas a su carne desde debajo de la piel.

Llora así un largo rato, con monstruos bajo la cama, con muertos desconocidos en los armarios y pelusillas bestiales de oscuridad colándose por las aberturas de puertas y ventanas.
— Te extraño…

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Por Amor al Amor



Vaya que ha sido mucho

el tiempo que hemos compartido

a solas,

a tientas,

en la oscuridad de las premisas retóricas

y endulzadas

de las caricias, besos y sales aromáticas

perfumadas de frutos, flores y aves del paraíso.


Y toda esa saliva fluyendo, devanando

amores, deseos y abrasiones de cales vivias,

impregnando mis encías y mis trenes repletos arpías,

de erinias vengativas...

con su gusto a Mar,

con su gusto a Rosas nacidas en los confines estivales de tus ojos,

de tus manos,

de tus dedos de flor recién cortada

por mandato divino: por amor al Arte.

Por Amor al Amor,


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No Vivo


¿...y a ustedes
(y que quede escrito
a sangre,
a papel:
A Ustedes)
quién les dijo que yo era Buena?

¿Que yo era linda, pura,
honesta,
la verdad de la inocencia
y la paloma intachable deen la tempestad?

Si yo soy sólo un Humano,
como todos.
Con sus carrizos y trincheras,
con los cordones desatados
y las gotas de sudor corriendo,
resbalando e incluso cantando,
por la punta de la nariz, hasta la barbilla.

No,
no soy Buena,
Soy todo lo contrario:

Soy Terrible.
Pérfida, malvada, socavada en lágrimas y en podredumbre
como el resto de las tormentas de angustia destinada
a la rumba de la noche oscura
des-estrellada,
des-lunada,
des-esperante....

¡Mírenme!
¿Dónde esta lo Bello que todos dicen,
la hermosura, el mármol, el ónix,
la esmeralda, la rosa, el rocío recién amanecido
que me persigue,

me que soslaya con la punta de sus cabellos rizados

la maraña de ojos que es mi vida?


No,

soy cisañoza,

soy un nido de roncor:

No perdono, no olvido, no escucho...


No canto, no río; No Vivo.

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Maldición

Maldita Ira,
Maldito Amor...
Maldita pérdida y desconsuelo...
Maldita esperanza,
Maldito amanecer...

Maldita vida.

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