Favor de acariciar a la Rocamadour.

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Otra Vez



¿y qué más da?
A veces, así es la vida:

A mí me enseñó a escribir,
a bien llorar...

A ti,
entre toda esa torre babeliana de barajas incompletas,
te dio el don de la réplica
y del querer a ojos abiertos.

No podemos hacer mucho:
Nuestra atmósfera colapsa,
ambos universos (tuyo y mío)
se neutralizan;
se aniquilan,
se devoran mutuamente como si de fieras se tratara,
como si fuésemos enemigos sin sueldo,
por ganas,
por puro ocio y entretén.

Y aún así,
mis dedos se alargan y adelgazan para tocarte,
mis párpados se entrecierran,
mis haberes y tristezas eclipsan tras una feria de colores
y extravaganzas
para hacerme merecedora de un sólo beso;
de un roce de tus manos,
de una gota del veneno ambarino
que acaricia la comisura de tus labios finos,
como cuerdas de guitarra.

La horas, las lágrimas y los gritos
valen NADA,
y todo vuelve a girar como un trompo de madera,
como un tocadiscos,
como una rueda de carnaval,
otra vez.

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¿Y tú qué harías?



Y si yo muriera en este instante
¿Tú qué harías?

¿Si de un momento a otro
Mi cuerpo
Quedara encerrado en el recinto de los gusanos,
De la tierra
Y del Sueño eterno…

Si mis ojos,
Cuencas blanquecinas,
Se cerraran de pronto para volverse en sí mismos;
Hacia el aliento inmortal del recuerdo
Hacia el retorno de ilusiones
Cruzadas, ardientes:
incrustadas en rubís afilados a fuerza de lágrimas incontenibles…

Si mis labios se torcieran,
Se curvaran,
Se apretaran (para siempre)
En un mutis afligido de dolor, de angustia,
De cadáver nauseabundo infestado de moscas y larvas burbujeantes,
Y se ulceraran,
Se inocularan de besos: esos besos que no se dieron,
Que se apagaron,
Como ascuas vertidas en el curso del arroyo matutino…

Si mi voz
Se despidiera
En un cántico suave: bajito, bajito,
Como el sonido de los sueños que duermen los gorriones
Recogidos en la calidez de sus nidos frágiles y pasajeros…
Qué harías?

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Bella



Es verdad.
Cuando estoy contigo,
me siento Otra...
Desaparezco tras un manto de vergüenza
que me cubre las venas y las intenciones.

Me olvido de Mí,
de Todo,
de las estrellas, los números y las cartas sin destinatario.
Cuando estás cerca,
cuando siquiera tu nombre, tu voz o tu mera sugerencia
rondan los pasillos de mi cárcel incorpórea,
una ilusión convulsa se apodera de mi universo
y me veo suspendida,
por el aroma de tu ropa y de tu aliento,
sobre un mar turbio de oleaje violento
y devastador.

Las piernas se me entumen,
los ojos se me paralizan.
Salen palabras huecas de mi boca y mis oídos,
abiertos a fuerza de empellones por los libros y lecciones escolares,
se cierran en un azote seco y terminal.

Me siento a oscuras,
perdida,
flotando sin dirección alguna sobre pinchos envenedados,
arrastrada por un huracán de perfume, besos promesas...
Me siento inexplicablemente Real, Simple, Común:
Segura.
Como extraída de mi Mundo maravilloso de mentiras
y misterios.

Pero los sueños opiáceos,
son también mil pesadillas...
Y tu voz se vuelve espada,
tus manos; dagas,
y tus besos insaciables
se trastocan en tijeras oxidadas que me cortan los cabellos,
los dedos y las pestañas.
Y me siento nadando en una charca de sangre,
con los ojos perdidos,
y la memoria del lindo Nardo que eras
empañada por el aliento de una bestia furiosa e implacable...

Pero cuando escribo,
vuelvo en mis cabales
y torno a verte como un ser huamano común,
como una criatura inofensiva y lejana...
y vuelvo a sentirme un trazo incompleto y ficticio,
regreso al otro lado del espejo,
al otro lado del Mundo,
al otro lado de Mí...
bien, bien lejos de todas tus pretenciones.
Y me siento Sola, sí...
pero me siento Yo Misma;
desnuda, sin velos ni coberturas redundantes:
Bella.

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