Favor de acariciar a la Rocamadour.

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Cito

Cito, a continuación,
tres razones para estar triste.

La primera: ser estrella
apagada en el cenicero cosmogónico de la existencia,
surmergida en cenizas apestosas,
el colillas húmedas,
en ascuas amarillentas, vulgares y apagadas.

La segunda: ser cadena
para las alas frías del destino,
para las personas amadas,
para las aves, para los prados,
para las hojas caídas por las brisas de otoño
y para mí.

La tercera: ser sueño fallido
del amor.
Del ideal distante,
de la distancia misma.
Del sueño mismo.
y lo peor... de mí.

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Porque nos vamos

Lloremos, amor
por ti
y por mí.

Lloremos el destinio incierto,
el idilio vacío.
Lloremos tus ganas de matar.
de vivir...

De matarme.

Lloremos, Amor...
Por ti.... y por mí.
Y por todo este mar de flechas,
por este continente de infinitas soledades;
de verdades incompatibles,
de gestos y muecas desechas,
de besos falseados y abrazos mudos.

De la palabras muertas.
De poemas asesinados.

Lloremos el desastre de nuestras vidas.
Lloremos el amarnos, el odiarnos,
el olvidarnos un poco cada día
por temor al dolor,
por miedo a la felicidad ajena.

Tiremos, arrojemos, hiervamos
en puñales salados todos los insultos;
todos los ratos ahogados en la línea telefónica,
todos los rumores que se ahorcaron
entre toneladas de fibra
de vidrio.

Llorémosme... y llorémoste,
porque nos vamos.

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Vale la pena

¿Para qué tanta letra, tanto desperdicio de papel, tanta tinta?
No me explico para qué, si al final de cuentas, sólo logro revivir esta amarga melancolía, esta tristeza que me devora la razón.
Resulta que al terminar el sendero, del otro lado de este túnel, no había más que esperanza. No había más que mentiras desgastadas por el viento; que risotadas etéreas y flotantes por la inmensidad.
¿Para qué?
¿De qué sirve el prometer de la existencia a tan alto costo: el de la soledad?

Algunos me han dicho eso: Que el SER lleva, oculto en sí, un arduo sacrificio: el sacrificio de la inocencia, inocencia que se pierde a cambio de un don divino, el de la Fe. Que el Ser como tal, con sus pros y contras, es el tesoro más preciado de la humanidad, el más dolido, el más costoso, el más inalcanzable. La más sublime de todas las letanías, la más amarga de todas las promesas de individualidad.

¿Vale la pena quedarse sola, si ese es el precio por ser, por hacer y deshacer? ¿Por constuir?

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