Les miro diario, de lejos.
Con ojos de sombra recorro sus rostros,
les miro distantes por los espejos;
por el mirador vacío de la ventana del mundo,
a través de sus deseos.
Les miro impertinente,
les miro fijo,
atroz... inrremediablemente.
Y entonces les veo seguir.
Caminan con sus pasos seguros,
con ademanes despreocupados...
y yo me quedo a solas con mis ojos...
¡Cómo me gusta mirarlos!
Y verles tan frescos, tan simples...
tan dispares, tan tercos, tan bellos....
y oler la fragancia fuerte de su fé,
de sus pensamientos...
Entonces absorbo su vida y ellos pasan,
como siempre, como todos...
tan serios.
Dios, ¡Cómo me gusta mirarlos!
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