Favor de acariciar a la Rocamadour.

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Ausencia



¿Pues qué me hace falta?
Al parecer, la chispa final;
el arrebato perfecto, idóneo e idealizado,
del adiós absulto;
del final del largo túnel psicodélico y mordisqueado
de la despedida eterna,
de la fuente de llanto inagotable
atestado de tristezas, reproches y pesadillas.

Me hacel falta el Ego,
la desvergüenza y la crueldad
para arrancarte las alitas de mosca
en un sólo tajo
y dejarte,
revololoteando en el hálito ponzoñoso
de tus disculpas a medias,
de tus mentiras a medias,
de tus amores a medias,
de tus abrazos a medias...
y despedirme, adentrándome en la oscuridad
del buche de una bestia,
y perderme para siempre en sus entrañas,
deshaciéndome, desintegrándome:

Pero lejos de ti y de tu odio.

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Siempre...




Siento un dolor puro,
tranquilo.

Un dolor impecable,
sin areniscas desveladas,
ni gránulos de rencor o de odio...

Y siento,
al mismo tiempo y casi entrefiltrada,
una chispa de felicidad,
detrás del reflejo de sus ojos
que llevo tatuado en la memoria,
o del brillo de su piel bajo el rayo solar del medio día,
corriendo por el césped (casi seco),
lejos de mí,
lejos...
Alejándose.

Partiendo en busca de sí mismo.
Jugándose el todo y la nada...

Y yo: Antares,
gigante, voluble y roja;
siempre yo, siempre amando, siempre le voy a querer.

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Es sólo que te extraño demasiado


—…Nada- Dice. Y reprimiendo con fuerza la explosión de un sollozo en la garganta, añade:- Es sólo que te Extraño demasiado.
Click.
Su voz en el auricular se deshace lentamente, escurriendo, como una gota de lluvia, por los últimos segundos de la conversación.
Ella permanece inmóvil, con el ceño fruncido y los ojos acuosos, surcados por pequeños hilillos de dolor y desesperanza, fijos en una Nada especial, subalterna e inexplicable.
Sentada, apoyada sobre la cabecera de la cama, con las rodillas pegadas al pecho y el auricular rozando, apenas, sus labios en un beso mudo y extenuante; libera una lagrimita salada por en medio de sus párpados cerrados con delicadeza, con amargura, con trémula inseguridad y vergüenza.
Suspira.
La cálida penumbra se cierne sobre ella, rodeando su cintura y acariciando sus cabellos oscuros, bajo el influjo de un hechizo lunar local y accidentado. A ojos cerrados, siente un hálito cargado de pena, añoranza, ansiedad y de deseos reprimidos en una carga de lamentos, cerca de su cuello; resbalando por su nuca hasta sus hombros; recorriendo la hendidura de su espalda… y siente, por debajo de las sábanas, las manos frías de la soledad, aferradas a su carne desde debajo de la piel.

Llora así un largo rato, con monstruos bajo la cama, con muertos desconocidos en los armarios y pelusillas bestiales de oscuridad colándose por las aberturas de puertas y ventanas.
— Te extraño…

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