A veces, así es la vida:
A mí me enseñó a escribir,
a bien llorar...
A ti,
entre toda esa torre babeliana de barajas incompletas,
te dio el don de la réplica
y del querer a ojos abiertos.
No podemos hacer mucho:
Nuestra atmósfera colapsa,
ambos universos (tuyo y mío)
se neutralizan;
se aniquilan,
se devoran mutuamente como si de fieras se tratara,
como si fuésemos enemigos sin sueldo,
por ganas,
por puro ocio y entretén.
Y aún así,
mis dedos se alargan y adelgazan para tocarte,
mis párpados se entrecierran,
mis haberes y tristezas eclipsan tras una feria de colores
y extravaganzas
para hacerme merecedora de un sólo beso;
de un roce de tus manos,
de una gota del veneno ambarino
que acaricia la comisura de tus labios finos,
como cuerdas de guitarra.
La horas, las lágrimas y los gritos
valen NADA,
y todo vuelve a girar como un trompo de madera,
como un tocadiscos,
como una rueda de carnaval,
otra vez.