Favor de acariciar a la Rocamadour.

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Exantemas

Me rebelé,
me desprendí de mí misma:
zozobre en unos ojos
tan negros... tan tuyos,
frenéticos de gozo, reposo
y fé.

Y vi la Fe en ti,
la hermosa Esperanza,
las ganas de vivir encordado a un velero
de Luna,
de luces difuminadas,
de flores ensombrecidas,
de saltos eternos por la senda del Destino
sin dirección alguna,
sin equívoco primero, ni riesgos primaverales,

a penas de la mano del abismo,
a penas con dolor,
sin nada de vergüenza,
andas desnudo por elipses y espirales
desde tus memorias, hasta mi aparición.

Mi aparición, que con la tuya, se neutraliza.
Se vuelve nula.
Ensalza tu aura de mercurio,
de hidrógeno pulido, afilado y cargado de exantemas purpúreos,
velados y fríos, como la Verdad
entre un suspiro de memorias e ilusiones despreciadas...

que te apoyan,
que te sienten...

Que quieren saber todo de ti.

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Calamidad

¿Tristeza?
No, no es tristeza.

La tristeza me abandonó hace mucho,
cuando mis pestañas eran cortas
y mis párpados caídos, como besos de mariposas,
recitaban palomas sobre palmeras...
o visceversa.

Ahora siento rabia,
furia fundida.
Ataduras de hombros,
saetas afiladas en los talones
y en los nudillos... Terror.
Desesperanza.
Palabras muertas en la garganta que empujan,
que despiertan y agudizan
mis sentido de laGloria, del Rencor
de supervivencia...

De romper laringes a lenguetazos
o de correr por la tráquea de algún pobre
habitante
de las Viñas de Nuestro Señor.

O quizá algo mucho más simple:
tan sólo quiero hacer poesía,
versos, rimas, sonetos, décimas, prosas,
cuentos, meditaciones, medicaciones;
simples automatismos,
rabietas, racimos,
perlas incurustadas de rocío nocturno,
o de Realeza matinal...

Reponer las piezas que me faltan,
encontrar las cuentas que ha perdido
mi lazo vital de rosas
y calamidad.

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Ambivalencia

Irme.
Sólo me quiero ir.
No, no cualquier parte.

Irme
al lugar que deseo,
al lugar que creé para mí,
donde no existe el tiempo, el espacio, el amor, el dolor,
ni si quiera la vida...

Y la muerte es una broma negra
que nos ronda...
no con gusanos, ni jugos, ni pestilencias desabridas,
sino con sombrilla,
con guantes,
con una sonrisa abierta y desprotegida que nos da la bienvenida
al Olimpo, al Recuerdo,
a la Eternidad.

Donde ya no existe la materia, como tal,
el amor, como tal,
el mundo como tal...
la simpleza, como tal...

Y donde pueda estar segura cuando miento
por supervivencia,
por dolor,
por placer...

Y donde pueda ver mi escenario de lejos,
completamente de lejos.

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Vocación de Sufrimiento

--Vocación de sufrimiento- le dije- no hay otra explicación.
Me disculpé enseguida y recogí mis cosas mal acomodadas con plena intención de continuar mi camino. La mañana estaba fría, las nubes se agarrotaban, volátiles y finas, sobre un cielo matutino recién desplegado sobre débiles estrellas de la noche anterior. Eran las siete de la mañana y me sentía a medio despertar... como que todavía sonámbula, o mínimamente semi dormida: soñando o alucinando con una mañana normal, frío normal, uniforme normal, charla normal... pero sentimientos extrañamente irregulares.
"Vaya comienzo" me dije "llegando y ya con confusiones y derivas sentimentales". Dos días atrás apenas recordaba mi existencia vegetando tras una cortina de ensueño y ensimismamiento, completamente ajena a los problemas diarios y conflictos habituales de mi vida de preparatoria.
Caminé por la explanada, sola.
Estoy acostumbrada a estar sola, pero en ese momento me asfixiaba mi repentina individualidad acentuada por toda esa juventud rutilante a mis alredores que se agrupaba, mimetizaba y asociaba en un constante ir y venir de risas, disparates y bromas.
Uno de primero levantó la mano en ademán de saludo y profirió un "Hola, amiga" que casi me hace temblar de la sorpresa. Yo sólo formé una V con los dedos índice y cordial de la mano derecha, el símbolo de paz, y respondí con una simple sonrisa de desconcierto, más que de amabilidad: "Hola".
Crucé de largo.
Creo que él y su grupito sólo me siguieron con la vista al pasar.
¿Que a quién buscaba?
A nadie...
Me buscaba a mí misma entre todo ese gentío.
Entonces, Perla, con quien hacía minutos había estado charlando sobre lo que iba a hacer de mis sentimientos, me alcanzó y dio conmigo unos cuantos pasos.
--Yo creo que deberías decírselo...
-- Decírselo es lo de menos... Lo de más, es que temo no ser correspondida.
-- El que no arriesga no gana...
-- ¡Yo... - exclamé furiosa, con las manos en puño- no tengo nada que ganar! ¡Nada para ofrecerle! Y puedo perderlo todo... todo en cambio.
Lagrimeé, como siempre.
Me miró con cara de "no llores".
-- Ya te lo dije- continué- es vocación de sufrimiento.

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Qué se Hace

Qué se hace,
díganme,
cuando los astros callan
y permanecen mudas las flores
en sus capullos sonrientes,
cristalizadas,
por acción de un tiempo hostil,
húmedo y enfurecido,
que las vuelve hielo eterno
y filoso de ansiedad.

El cielo huele a tormenta.
Bajan unas gotas plateadas desde unas nubes polvorientas,
chocando,
contra mis astros, mi suelo y mis flores...
Y yo digo: "¡Vaya, día!
Todo lánguido reposa y tiembla
como un pájaro herido
en un nido de hinojos y resinas"
Me paso los dedos por el pelo y escapo,
a través del recuerdo, el amor o la fantasía,
hacia lugares lejanos.
Y al mismo tiempo que mis dudas crujen y remilgan por las veredas del olvido,
lágrimas crecen y se congestionan mi pecho
hasta que se desvordan en un mar de témpanos fundidos
de coraje, impotencia y malestar.

Quiero escribir,
deseo recordar todos esos cuentos que me platico a mí misma
cuando duermo,
y que se van perdiendo en la penumbra cálida del sueño
hasta difuminarse, como una línea borrada por el viento,
en mi corazón, en mi alma y en mis poemas.

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La Ovejita Rosa




Hela allí, como punto brillante en una planicie terrosa y abandonada; envuelta en una nube negra de polvo y arenilla oscura erosionada de las rocas.


Se sienta.


Dispone el traserito cubierto de pelusa rosada sobre el suelo y suda, a grandes gotas de oveja, por el calor.


Gime.


Mira a ambos lados.


—Ay, estoy perdida.- lloriquea y grandes lágrimas ovinas resbalan por su cara.


Bala, bala mucho.


Bala, bala, bala y bala sin levantar su cuerpecito del suelo mientras su suave lana de color albaricoque es abatida por un viento gélido cargado de humores grasientos y de olores infernales.


La pobre ovejita rosa siente miedo, y todos saben que el olor del temor, o de la rabia, es sebo infalible para lobos, osos y mangostas.


Aullidos feroces labran surcos en el ocaso. Leves estrellas tiritan y una luna apenas engendrada asoma, por entre los débiles despojos de una luz diurna moribunda y roja, con suma pereza e indiferencia a la criaturita del señor que llora, con sentimiento y ternura, su desgracia.


— ¡Amo!, ¡Amo!, ¡Amo!- llora- Amo, no me deje. Le juro que seré blanca como las otras. Ya no quiero ser rosada, quiero ser blanca: pura, nívea, inmaculada, símbolo de la ausencia de pecado, de la paz, de la buena comida, del descanso y el ensueño. Puede meterme en lejía, no diré una sola palabra. Aunque me hierva le juro que no habrá balido alguno… pero no me deje. No me deje… no me deje.


—Pero si no te voy a dejar.- responde una voz que brilla, amarfilada, a fuerza de puros colmillos, y que proyecta sobre nuestra ovejita una sombra tétrica de orejas puntiagudas y cola largamente flecuda y entierrada.


Temblor ovino.


Vaho de maldad.


Oraciones al Creador acompañadas de lágrimas de pena, odio, terror y desventura.


Sonrisa de hambre permanentemente aliñada.


— Vamos, dime algo, pequeña.- prosigue el Lobo, rodeando a una oveja rosa que cierra, con fervor, los ojos, y se encoge en sí misma, de puro miedo, aparentando ser más diminuta todavía de lo que ya es.


—No… no le hablaba a usted, Señor.- espeta, temblando y llorando.- No se meta en lo que no le importa o… o… ¡O me lo Como!


Risa de maldad.


Mini gemidos y llanto acallado.


— No seas tonta, Oveja… ¡Hoy la cena eres tú!- y el lobo corre lanzando dentelladas hostiles sobre aquella sombre pequeñita. Salta sobre su presa abriendo y abriendo las fauces para devorarla de un solo bocado...


Cuando, de pronto, a medio vuelo lupínico… la ovejita rosa, llena de llanto y de tristeza, abrió aún más grande su hociquito suave como el algodón, y engulló, en apenas un instante, la totalidad de un lobo tan grande como la noche.


Lloró más quedito su abandono.
… y su soledad.

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