Favor de acariciar a la Rocamadour.

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Exhausta

Yo
podría destruir un universo entero en un arranque...
si ya soy experta en provocar temblores, relámpagos
e histerias
dentro del lugar en que me halle,
puedo acabar con todo, o con Nada.

Incluso conmigo misma:
morir para vivir.

Es tanta la ira,
el rencor,
el odio,
el miedo aclimatados bajo el ala
de mi sombrero siempre blanco,
níveo,
almidonado de esperanzas y perfumes de estrellas
y poemas

Que comienza a ser cansado,
a ser pesada la carga de la existencia misma,
de las lágrimas,
de la promesa de "No llorarás",
del mismo aire,
del mismo mundo,
del mismo amor...

Y de todo este dolor entumecido,
de todas esas moscas, vísceras y horrores que guardo en la inconsciencia
y que vuelven a mí
gritando
en los sueños.

Estoy cansada, muy cansada...
Exhausta.

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Es duro el sendero de la realidad

Es duro el sendero de la Realidad
y de las verdades constantes;
tan plagado de desamores, cardos y espinillas de olvido
y desazón.
Duro,
muy duro y doloroso.
Quizá triste, desperdiciado...
como los botones de mayo que mueren, sin abrir
en el invierno.
Y tan intensamente solitario
que la angustia misma se le clava a uno por los poros
y le obliga a suspirar,
a subsistir a base de ilusiones, sueños y luces esparcidas
por el universo oscuro del Destierro.

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El viejo

Suspiro.
Pestañeo un par de veces y vuelvo a suspirar, ahora con mucha más fuerza, con puro sentimiento... pero despacio, bajito; que nadie lo note, lo oiga, lo perciba siquiera. Hay timbrazos de teléfonos ansiosos temblando en el aire, se respiran; intoxican el poco oxígeno que queda y que se consume en sollozos callados y en angustia.
Mi tía hace un puchero y su cara, que ha permanecido, engordado y adelgazado en su lugar por más de 40 años, se ve graciosa: oscilante e infantil. Yo diría más bien que hace un berrinche de aquellos de hace tantos años...
Río un poco.
Una prima me ve de soslayo, con reprobación.
Siento culpa, así que me concentro en el momento y trato de estar triste, como todos los demás; para no quedarme fuera de la ocasión y para incorporarme a Mi Momento, pero no puedo. Mi corazón se siente tan pesado y una emoción ciega, prácticamente desconocida para toda denominación, me atosiga el alma.
Miro a mi madre y a sus lágrimas fantasmas. Me dedica una sonrisa extraña, un tanto amarga... se levanta y se va, apresurada. Quiere llorar lejos de mí.
Todo se derrumba.
Hasta las luces de las velas que adornan los altares de los santos.
Retumba una ventana de voces sordas, apagadas, estridentes o histéricas... y yo no entiendo, o entiendo a medias. Siento que me ronda la locura.

Entonces veo al viejo, a Nuestro Viejo, al que se desvivía en favores y caramelos. Está increíblemente pálido y demacrado: cuero flácido de cuelga de los cachetes antes rebosantes y su tez morena, pero morena enserio, se ve gris. No se tiene en pie por propia cuenta, así que un tío gordo, gordo le sostiene del brazo, casi al borde de las lágrimas.
Silencio espectral.
El viejo todavía ríe.
Yo quiero reír con él, le levanto una mano en ademán de saludo... lo devuelve.
Siento algo terrible en el pecho, como ganas de llorar ahogadas por el llanto de tantos otros... quiero salir corriendo. Me entra un frío glacial: tiemblo.
El viejo tiembla.
Todos temblamos.

El viejo se quiere despedir, agradece. Hace un par de bromas.
Sostiene con una mano una bolsa colectora llena de un líquino blanquecino-amarillento jaspeado de rojos-sangre; líquidos orinales, viscosos, cancerados y malignos.
Mi famosa prima siente arcadas.
Y ahora sí tengo unas necesidades de llanto incontrolables... pero me contengo. No, no soy fuerte, ni quiero aparentarlo, pero me doy cuenta que la situación amerita análisis y esmero y sobre
todo fé.

El viejo yace en una cama débil, completamente agotado. Se cansa de comer, de dormir... de respirar... Lo conectan a una de esas máquinas del diablo que introduce en su garganta un largo tubo, hinchando y abatiendo sus pulmones. No abre los ojos.
"A lo mejor escucha" nos dicen. "Háblenle, ándenle".
Le tomamos una mano y le decimos que le eche ganas, que queremos ir a comer mucho chicharrón con camote de ése que él compra quién sabe dónde, que queremos que nos lleve a comer helados a escondidas de nuestras mamás... que queremos que viva, que se quede con nosotros...

Me pregunto si nos oye...
Me pregunto si mamá estará bien... si yo estoy bien.
Si esto va a terminarse pronto.

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Terror



Penumbra horizontal.

Leve mareo.

Conciencia fulminante del misterio de la humanidad:

La muerte.


Me siento, como puedo,

al borde de un abismo inexplorado de sensaciones y pensamientos comunes,

y echo una ojeada a mi Destino, al Tuyo,

al de todos nosotros.

Y recaigo en cuenta de que no te tengo miedo,

ni tengo miedo del futuro, o del pasado,

que apenas me importa el presente;

que vivo --vivimos-- es una estancia de Primavera perene,

casi imaginaria,

donde eso que marcan los relojes, no existe...

Y donde los cuentos y mentiritas surrealistas y descanchadas

son frazadas lanudas para nuestras pieles frías.

Aquél que sostenga que tememos a la Realidad, miente.

Sólo nos tememos a nosotros mismos,

quizá respetemos y conozcamos, de lejos, a la muerte.

Pero sabemos que no hay nada más tétrico ni peligroso

que las pesadillas

que las ilusiones:

Que el mismísimo Terror.

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La persona más frustrada del mundo


Había una vez, en una ciudad para nada importante y de ninguna manera significativa, una persona que era la más frustrada del mundo.

Todos los días se despertaba en sus inmaculadas sábanas grises, sacudía la cama gris, recogía la basura grisácea de las grises baldosas de la sala y ni notaba el insistente gris-polvo de las repisas del librero inundado de libros incoloros.

Su baño gris; que bajo un cristalino espejo gris-plata escondía, tras el reflejo de su tez herida de palidez mortal, toneladas de píldoras más grises todavía para sus inagotables achaques, hallábase estéril, sanitizado e increíblemente brillante de puro ocio, nada más: por mero aburrimiento.

La persona más frustrada del mundo sufría, a menudo varias veces por día, múltiples ataques de gastritis, colitis, bronquitis y más inflamaciones de sistemas corporales vitales y a la vez desconocidos, lo que la sumía en una terrible tristeza y frustración: su perro le mordía, peleaba con su pareja, sus vecinos le gritaban improperios a través de las grises ventanas y nada, salvo la esperanza de su gris muerte, le consolaba en esos momentos.

Soliloquio gris.

Miedo y terror ahumados en el humo de los cigarrillos que, grises, elevan por el aire sus cenizas.

Nada.

Un hilillo carmesí recorre, la estancia inmaculada, manchando la alfombra impecable de gris-cielo-abarrotado-de-negras-nubes-de-desesperanza.
La persona más frustrada del mundo ha hallado la única manera de liberar su ira y aburrimiento tiñendo, con color sangre-mira-que-no-te-creía-real la estancia de sus pesadillas.

Muere en borbotes ahogados, con muchas de sus grises píldoras abarrotadas por el suelo.

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Líneas de Ocasión by María Fernanda Pérez Ramírez is licensed under a Creative Commons Atribución-No comercial-No Derivadas 2.5 México License.