Favor de acariciar a la Rocamadour.

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Así me siento Yo

Cazadora de Porqués,
definidora de astros,
malbaratera barata,
histriónica por excelencias múltiples y embutidas,
malabarista de amor,
pertiguera de maracas tardías,
resaca de mar-arena,
brisa hirviente de alelí y pastos frescos,
gota de irreverencia fermentada,
miembro desmembrado,
producto recóndito de amputaciones y amperajes,
marejada de rayón,
visagra enegrecida,
rescoldo de agua candente evaporándose por las nubes grises de la tarde,
lluvia de escaparates...
Vacío.
Goma de Borrar.
Desigualdad Continua.
Mentada de Madre.
Así me siento Yo.

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Singular



Eso que tú dices,
que tú haces,
me vale, más bien dicho:
Nada.

Y mírese que la Nada no es bien meramente despreciable;
más bien agrio,
Moteado de alebrijes arabescos
y un tanto torpes...
Pero conservable y duradera:
Leal.
Fiel.
Acompañante de Confianza.
Perrito seguidor de finos motes.
de báculos sonrientes y apoderados
de reinos delinquidos, robados.
Relámpagos cítricos,
metonimias inalcanzables: dolor.

Yo no quiero Nada.
Así que lo que haces, das y defiendes sin miramientos,
no me gusta.

La Nada es una compañera muy asidua
y yo no quiero abusar de su gentileza, ni de mi Soledad.

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Regresa


Devuélveme

lo mío.

Lo que me quitaste.

Lo que sin aplomo, sin miramientos, sin ternuras,

me arrebataste

de las manos malcerradas.



Quiero

lo mío,

de Vuelta.

Otra Vez.

En un momento.

Que se vuelva, en segundos,

hasta mis pasos cansados

y mis voces calizas.



Regrésame

lo que Me pertenece,

lo que yo misma cree, tejí, bordé,

enarbolé, cultivé, maquillé y nombré...

y que tú escondiste en los cajones

de aquel armario atisbado de cerrojos y encantamientos.



Tú, Catador de Búsquedas,

Ladrón de Destellos,

Señor de la Sal y de las Aves Caídas

de los mares...



Devuélvete.

Vuélvete.

Regresa.


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Me voy

Me voy...
Me voy yo: sin el mundo.
Si al mundo no lo jalas,
se queda.
Rodando,
gimiento,
manoteando, desbordando y terminando
se muere.
Y quiero vivir.

Quizá arrastrando al mundo,
porque si yo no lo muevo:
se queda.

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Con o Sin "migo"


Hora crepuscular:

muerte rojiza del Sol, cual astro.

Caída de la noche, sutil, ligera,

grácil, como mariposa noctámbula

que se posa en las nubes,

oscureciéndolas.


Calor de atardecer dormido,

metralla de cielo fundiéndose,

tras los cristales,

danza del polvo,

soliloquios enternecidos entre los libros.

Alucinaciones perdidas,

solitarias y desterradas habitan los tomos y las enciclopedias.


Torrentes orales vienen,

palabras van: viven, mueren, existen, son...

luego ya no son más.

Las pesadillas coexisten,

respiran...


Yo tengo mucho miedo...

Retuerzo las rodillas,

enredo los dedos de mis manos,

titubeo, albergo, lloro, quejo, siento...

pero no me es válido mentir;

así que tomo aire: vierto Vida

y me descubro...


Entonces el mundo funciona como espejo,

y yo me veo,

otra vez,

Humana.

Con lunares, manchas y marcas de nacimiento,

y me percato

(oh, Sisma Oscuro, Tabernáculo de la Discusión, Templo del Sufrimiento)

que no seré la misma nunca más,

que me está vetado,

que,

en realidad,

no quise, no quiero...

no voy a querer serlo.


Y que las aves, las ranas,

y las estrellas, las runas, las muecas, las ovejas y los mostruos quiméricos engendrados en terrores medievales,

van a seguir cantando para mí.

Seguirán cantando:

Con o Sin "migo".


Con Cordero,

y sin Cordura.

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Despedidas


¡Ah, las despedidas!
El día, cual mata de luz gelatinosa y gris, cuajaba de gotas los cristales nublados por nubes oscuras, por robustas danzarinas que lejanas, hacían silbar al viento la canción de la tormenta, justo en el preciso momento en la vida los forzaba a separarse.


Ella asía una maleta cascaruda y descompuesta: mal cerrada, que dejaba escapar ciertos jirones de prendas increíblemente sencillas y desconocidas, con la diestra. Mientras que la zurda empujaba, neciamente, unos pesados armazones de pasta oscura sobre sus más oscuros ojos, oscuras cejas, tupidas pestañas y viscosas lágrimas de goma triste y chamuscada. Su piel se erizaba de frío bajo la camisa de cuadros marrones, ciertamente ligera, ciertamente desgarbada y más ciertamente poco propia para la ocasión. Los jeans, con sendos agujeros descocidos en las rodillas delgadas y gráciles, tapaban, en su caída, unos gastados tenis de tela con diversas manchas misteriosas; poderosas testigos de múltiples anécdotas y recuerdos, muchos de ellos reprochables y amargos, como el café.


Lloraba, ciertamente lloraba. Derramaba gota tras gota su tristeza encarcelada tras los limpios cristalinos. Sollozaba, silenciosamente, con los labios entreabiertos, ligeramente resecos, sobre unos dientes medianos firmemente apretados. La cabeza erguida, el cuello firme, un poco hosco: parecía atorado. El puño que sujetaba el asa de la maleta duramente cerrado con decisión.


Atrás se quedaba la vida, el amor: Todo.


Se quedaba Él, su Madre, su inexperiencia. Su confianza, sus certezas, sus años vividos. Se marchaba, se alejaba para siempre del sabor cálido, un poco salado, de los chocolates de la abuela… y del sabor condimentado y vigoroso de los besos, de los abrazos y de los tequieros contenidos.


Y Él la fue a ver marchar. Sin decir nada. Sin abrir la boca, de labios delgados y trémulos.

En su silencio, le dio un beso final; un beso cargado de reproche, dolor y amargura, de hiel congelada y humedecida por el clima y por la angustia... Le abrazó…


Y ella sólo pudo romper en llanto por la avenida, sin decir siquiera Adiós.
Sin alzar la mano para insinuar un hasta luego.
El último beso le sabía, a ella, a reto. A insulto de universidad… a tentación… Pero la maleta estaba hecha y las despedidas dichas.


Sólo alcanzó a decir Te Amo antes de volverse y andar...

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Líneas de Ocasión by María Fernanda Pérez Ramírez is licensed under a Creative Commons Atribución-No comercial-No Derivadas 2.5 México License.