Favor de acariciar a la Rocamadour.

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Llovizna


Seguirte a todas partes,

procurarte de las sombras,

del incomparable olvido de las palabras y las alondras matutinas,

del ruido de la arena

o del silbido agudo del viento por las tardes;

me resulta una tarea agotadora,

irrealizable,

un poco necia, un poco estruendosa y suicida,

medio lenta,

medio tonta,

mitad divina y terrenal.


Y es que creer en tus palabras es un deporte peligroso!

Es pasear por el risco de la icertidumbre y del amor...


Pero hoy

que te he seguido hasta este parque

donde las nubes se alborozan, grises e hinchadas por la brisa y el clima huracanado,

agitando las hojas de los amates y jacarandas florecidas,

vuelvo a saltar,

vuelvo a creer; más por necesidad que por destino,

en esos ojos miel,

en esos labios.

En esta lluvia.

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Yo te quiero




Ven, enciérrame entre tus dedos,

entre tus sueños recurrentes, entre tus destellos acuamarinos,

entre las claras y las yemas de tu voz rechoncha, como las manzanas

y rojiza, como tus mejillas cuando digo que Te Quiero,

que Te Adoro,

que te vengas a vivir conmigo...


Y que olvides tu dolor y tu pena

debajo de las almohadas que todas las noches te vieron llorar,

gemir y manotear por culpa de la Duda,

del Odio

y de los resentimientos.

Que te vieron destrozar tu plumaje níveo de paloma,

de gorrioncillo recién volado,

al estrellarte contra ese Muro, contra ese Calabozo.


Vamos, mi niña,

déjalo estar allí.

No tiene caso que intentes reponerle,

no tiene sentido que sigas alimentándole las garras con tu sangre,

tus lágrimas

y tus deseos...

Que sigas abofeteándole con tus reproches,

cuando yo sé,

cuando tú sabes QUE NO VA A COMPRENDER.


No seas necia, pequeña.

No te enterques en conseguir de esa roca vacía,

ni siquiera Agua!

Mucho menos Amor!


Porque Amor vive dentro de uno mismo,

porque los deseos, esperanzas e ilusiones nos pertenecen a ti y a mí,

a ningún otro,

a nadie.

Tú sabes que esas nunca nos abandonan,

como tampoco Dios,

o tampoco el arte...

O los miles de pequeños nubarrones que te insisten, cuando usas flores en los cabellos

y perfumas tus labios con esencias afrutadas de promesas, de idílicos encuentros.


Yo te quiero, Nena.

Yo te quiero.

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