Favor de acariciar a la Rocamadour.

3 comentarios

Pesadilla y Amor


"...y ante algo más de lo mismo creí en lo distinto, porque vivir era búsqueda y no una guarida"


Era lo mismo.
Al oído, el timbre era exacto:
Llano y banal,
desacostumbrado a llantos y caricias.
Filoso, como la espina de un rosal herido.

Eran lo mismo!
Lo juro!
Cada alto, cada bajo,
cada arrastre de letras y de expresiones 
nadaban a la misma altura
y tocaban el mismo lugar dentro del pecho
que tocaría una alondra,
un gorrión.
Un Cuervo.

Y yo moría de amor,
me quemaba las alas la agonía
de sentir su asencia declarada 
ante mis pasos...
Y cada segundo, cada hora, cada día
soñaba el reencuentro, el beso...

Pero hallé una macabra sorpresa:
Mi Amor es sólo mío, porque no lo quiere nadie más.

Al oído
Pesadilla y Amor eran lo mismo.

0 comentarios

De donde Soy


De donde soy

las cosas no sonríen
y cuelgan telarañas opacas de los rincones
de los armarios oscuros y enpolvados.

La melancolía respira bien cerca
de la nuca de uno
y le eriza los vellitos
nomás en pura desesperación.

La tristeza, la angustia
enfrían el hálito moribundo
en los pulmones... y se siente el ansia en el estómago,
en la piel de las mejillas.

Un escalofrío le recorre el alma,
y un pinchazo de muerte y de dolor
se le espaca a la esperanza de los labios.

Cómo duele la ausencia...

Dónde yo nací,
las cosas sollozan en murmullos callados
y lamentan
la pérdida del amor que ha desaparecido.

2 comentarios

Como la vida




Somos como dos locos,
como dos arroyos de cántaron pulidos,
cálidos
y suaves..

Somos las quimeras y los dragones,
las criaturas que la gente toma por azar,
por destino,
y que teme... porque no tienen lógica,
porque los colmillos, las garras y el veneno
mantienen a raya sus comentarios, alabanzas y castillos.

Somos dos forajidos de este mundo,
somos exiliados.
Exiliados de las costumbres y de lo cotidiado,
de lo banal.

Torcimos el camino,
cambiamos el sendero por el Cosmos,
por la Luna, las estrellas...
Devoramos planetas, pulsares y agujeros,
y tejimos hilos plateados con las partículas suspendidas
de amor, de rabia, de suspiros.

Tenemos el coraje,
el temor,
la falta de conciencia
para tragarnos la nada por las pupilas
y para escupir fragmentos de vacío por la boca,
por los oídos...
Para desperdigarlo por la punta de los dedos.

Para Amar, escribir y pensar en francés,
en italiano...
En romances acaecidos firmemente en el latir de los faroles,
en las fibras lumínicas del aroma a distancia
y a penumbra.

Juntos, somos como la vida:
unánime,
triste,
sin ton ni son,
acalambrada, tétrica...
desolada a mar y cielo.
Necia y ruin:
incomprensible.

0 comentarios

Canción de la Venganza


Pero mira a quién me he hallado!
mira quien se asoma bajo los velos raídos,
bajo las lozas manchadas por el heno y la paz
de la desesperanza.

Mira quien, bajo su manto y su halo de tristeza,
de dulzura,
de hipócrita comprensión y talento,
asoma unos ojos temerosos del Vacío y de lo Que No Conoce.

Ah... y me alaba,
se desvive en besos y en adoranzas a lo largo de mi paso
y recoge los pétalos caídos de mis lágrimas,
para hacer corolas de amor, de olvido.
Se yerque ante mí, bella y sombría
y me reverencia con la manga de su sayal inmaculado.

Un halo oscuro le envuelve la cara
pero me presume una auténtica sonrisa de dientes pequeños,
inofensivos... mientras su lengua,
dentro de su boca,
sufre arcadas violentas bien disimuladas.
Yo sé que,
bien dentro de su garganta,
allí donde late lo que muchos llaman corazón
(yo lo llamo Bestia)
mastica mi nombre en la caldera eterna de su odio,
de su incompresión.

Cuánto odio la pureza sutil, voraz:
intencionada.
Cuánto la valerosa mano que se tiende, incondicional
pero condicionadamente.
Cuánto a los personajes trajeados de blanco
en pedestal, con brillo en las uñas y en los ojos
que,
detrás de sí,
guardan un puñal ensangrentado.

...y aguardan, aguardan.
Y a mí me peina su presencia porque finge ser cálida,
y me consuela a medias en sus palabras saturadas de mensajes,
de objetos y metáforas ultra positivistas.

Me da repelús, desconfianza...
como se desconfía de un castillo naipes en la nieve.

Al miedo se responde con miedo.
Al recelo, con desconfianza.
Y lo siento muy bien dentro de las entrañas como para dejarlo pasar sin más.

2 comentarios

Tarde


-- Mande....- dijo el muchacho cuando un suave murmullo se coló, indecifrable, bajo el rumor de la tormenta.
Del otro lado de la mesilla de café, una chica miraba los goterones resbalar a través del frío cristal de la ventana. Su cabello estaba mojado y recojido en un pequeño montón tras su nuca. Aún le resbalaban gotas de lluvia por los mechones de la frente y su nariz, roja y fría, respiraba con agitación.
Volvió los ojos castaños hacia el muchacho.
-- Qué te quiero.- dijo.- He dicho que te quiero. Te quiero sobremanera.
Los labios estaban húmedos y entreabierto, además de un poco pálidos. Tras de ellos, sus dientes temblaban ligeramente y sonrió.

A las puertas del café, una cortina de agua cerraba el paso a la acera y, por ella, corriendo a lo largo de la calle, pasaban personas desconocidas al amparo de cualquier objeto que detuviera el golpeteo de la lluvia sobre sus trajes. Las luces de los faros se distinguían como borrosos espectros iluminados a través de la niebra formada en los cristales y, a lo lejos, las luces de la ciudad se desfiguraban tras la sombra de los extensos nubarrones.
Había un agradable ambiente a cacao, y un aroma a chocolate. El vapor de las bebidas se elevaba por en medio de sus caras y tejía figuras delante de sus ojos. El aire se respiraba cálido, algo húmedo; impregnado por el olor de los abrigos mojados, de la piel erizada bajo el frío de la tarde.

El muchacho la miraba, atento. Veía sus mejillas sonrojadas por el calor del café, arreboladas en un gesto de ternura disimulada, de confianza. Su muñeca de se doblaba de vez en vez, inclinando la taza hacia sus labios pálidos y desganados. Sus ojos estaban perdidos en la vista a humedales de la ventana y, las pestañas, caían pesadamente mente aún bajo ciertas gotitas de vapor.

Tomó su otra mano, la que no sujetaba el cafecillo tibio enmokado. Cogió sus dedos suavemente, con delicadeza, del borde de la mesa. Aún estaban un poco fríos.

-- Yo también te quiero, Fer.

Creative Commons License
Líneas de Ocasión by María Fernanda Pérez Ramírez is licensed under a Creative Commons Atribución-No comercial-No Derivadas 2.5 México License.