Favor de acariciar a la Rocamadour.

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Tormenta.


Brisa.
El Cielo se torna un animal agazapado
y se vierte sobre el viento como un reclamo enfurecido.

Las nubes se amontonan en tímidas manadas
y se rozan, con sus cuerpos suaves, húmedos, esponjosos
al compás del grito del altísimo requiem de la tormenta
agolpándose, chocando con las aristas afiladas de los vientos ascendentes,
silbando.

Una burbuja de sal se suspende
en el abismo.
A su alrededor, ovejas grisáceas le lamen
con pequeñas gotitas de saliba, de vapor.
Un relámpago surca el momento
y estalla
a lo lejos, el estruendo en agonía del temporal.

Y caen, una a una.
Una a una se precipitan hacia el suelo,
como un aquelarre de canicas vítreas
que revientan más allá del confín de las ventiscas.

Y nuestra burbuja de sal se siente húmeda.
Lentamente, la lluvia le deslava.
La comisura de los labios se deforma en la sonrisa
final
del asombro indescriptible.

Y las nubes rugen.
Y la tormenta lo se detiene nunca.

Los rayos vienen y se van
y resuena el eco en los tímpanos del mundo
del resoplido fúrico del viento,
el lamento sutil de las cristalinas perlas
que estallan en los campos, en las hojas, en los ojos.

De la sal sólo queda un sólo grano
que el temporal perdona y deja libre.

Vaga, Vaga por las corrientes del aire gélido.
Entre nubes y centellas.
entre relámpagos...

Y yo, que miro arriba
y me desvivo por verme en la tormenta,
y me siento sola: partícula de sal,
recibo su llegada en uno de mis párpados.
Así que giro el cuello... y no veo más
que las gotas de lluvia romperse contra la tierra.

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Uno al Otro


Y te recuerdo así: Hostil.
Atrincherado en tu vereda cercada de rocío,
en tus metáforas acribilladas de pétalos rosados, níveos;
reencarnados en furiosas aspas de verdad, desprecio e ironía.


Siempre en guardia, siempre atento,
siempre mirándome por el rabillo de esos ojos morenos, escrispados
brillantes
rabiosos y expectantes,
impregnados del veneno de la sed en tus palabras,
en tus lágrimas mudas, invisibles,
rodantes por el perfume de las madrugadas eternas, invencibles
completamente irreales e ilógicas.


Y te recuerdo así: Austero, ausente
siempre inmerso en el trasfondo de cada gesto y cada letra
de cada canción inacabada, de cada beso inmaculado que se escondía
tras el filo cálido de una promesa vacía de significado, de cortesía; de delicadeza.


Y nosotros dos: siempre rudos.

Y nosotros dos: siempre infelices, tristes, inconformes.

Persiguiendo sueños repletos de esperanzas ácidas y efímeras,
completamente sordos, mudos, ciegos, incomprensibles…
y siempre, siempre tan iguales,
tan proporcionales,
tan poco divergentes:
Siempre recordándonos Así, preguntándonos, arrepintiéndonos…

Culpándonos el uno al otro.

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